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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

RODOLFO RAMÍREZ ÁLVAREZ

Por: Daniel Potes Vargas

Hijo del boyacense Marco Aurelio Ramírez Sierra y de la tulueña con raíces costeñas, Olga María Álvarez Guzmán, este ilustre arquitecto  tiene unas ideas muy claras sobre la función simbólica y ritual de la  arquitectura.
Padre de Catalina, Juan Pablo (arquitecto como él) y Andrés Felipe Ramírez Osorio, este Jefe de Planeación Municipal, en la administración  del arquitecto Carlos Alberto Potes Roldan, es partidario de elaborar la lista de los hitos arquitectónicos de Tuluá, una ciudad que ha tenido poca suerte con su clase dirigente en el sentido de preservar sus valores de construcción pública como símbolos  de épocas históricas. Considera que Andrés  Martínez Sandoval es el arquitecto que mejor ha racionalizado el espacio de construcción en Tuluá. Rodolfo tiene dos nietas, María Paula y Belén y estudió su primaria en la escuela Jesús Maestro,  Antonio González y en la Concentración de quintos. Su bachillerato lo cursó entre el Gimnasio del Pacífico y el San Juan Bosco. 
Arquitecto de la Universidad Nacional de Manizales, estudió cuando era alumno allí otro tulueño Camilo Torres Arana y se llamaba a la Universidad El cable, porque allí  concluía el cable aéreo que venía  de Mariquita, Tolima.
Embelleció con Potes Roldan el costado oriental del parque del lago Chillicothe y opina que es vital levantar un inventario o relación de las construcciones emblemáticas de Tuluá. La arquitectura de una ciudad, pública y privada, es un reflejo de su cultura y no sólo de su dinero, de su presupuesto. Los mejores en-  claves de este tipo son hoy  parqueaderos. Hace muchos años publiqué un artículo llamado Tuluá garaje. Y parece que eso hoy más que nunca es apodíctico. Rodolfo ama el paisaje de su patria y no cambia pasar una noche en hamaca en el Cabo de la Vela por una habitación sofisticada,  aunque ésta sea también valiosa. Tanta gente con mucho dinero y no conoce ni los referentes primarios del paisaje de su país parece  decir este arquitecto ilustre, esposo de Ivonne Toledo.

Jhon Jairo Lozano Ramírez, el lector

Daniel Potes Vargas

Sabe que su nombre Jhon, se escribe John en Inglés,  que es un error muy frecuente que se les corrige a los estudiantes de inglés. Dice que John no es él, aunque esté bien escrito pero que es él cuando escriben su nombre como Jhon. Sabe que los colombianos en su gran mayoría leen un libro coma nueve (1.9) por año, o sea, que no alcanzan ni a los dos libros, mientras el europeo promedio lee 150 libros por año asumiendo que el año tiene 52 semanas y leen tres  ligeros por semana. Nació en el barrio Palobonito, en límites con el Escobar y recuerda que su alumbrado del siete de diciembre era muy mágico, con calles cerradas. Este nativo de Piscis nació un once de marzo y es hijo de Tulio Enrique Lozano Nieto y María Cecilia Ramírez Marulanda. Es el segundo de tres hermanos y estudió su bachillerato en el Gimnasio del Pacífico tras haber cursado su primaria en la escuela Tomás Uribe Uribe. Con una tesis llamada La equivalencia de las palabras según la categoría gramatical se graduó como licenciado en Español y Literatura de la Universidad del Quindío y en la misma Alma Mater se especializó en Literatura. Con la Universidad Católica de Manizales se especializó igualmente en Gerencia educativa, y en la Universidad del Tolima, en Ibagué, estudió Gerencia de proyectos. Este profesor ilustre tiene una maestría en la Católica de Manizales,  en  Educación de modalidad virtual. Es autor este tulueño de varios libros: Particularidades  del Idioma, Escribir correctamente, Leer eficazmente, Sentencias filosóficas, El proceso de la investigación dentro del contexto educativo, y prepara un texto de investigación llamado Variaciones sobre la lectura en Colombia  (1950 – 1990). Cree que lo peor de Tuluá es su falta de una gobernabilidad seria y eficaz, y lo mejor, que es una ciudad folclórica. Lleva diez años vinculado a la Uceva donde dicta la cátedra de Investigación. Ha sido profesor de la Institución educativa María Antonia Ruiz, Sagrado Corazón de Jesús, Céspedes, Comfandi y Moderna. Su autor clásico preferido es Virgilio, y dentro de los colombianos Jairo Aníbal Niño, en especial  Puro pueblo. Cree que la Uceva ha crecido institucionalmente desde lo gerencial y el fortalecimiento de la estructura organizacional. Ama la música de Mozart, José Luis Perales y Joan Manuel Serrat.

Marlene Rendón Rendón o Fenicia sobre todo

Por:Daniel Potes Vargas

Hija de Marco Fidel Rendón Montoya, de Fredonia-Antioquia, y María Rebeca Rendón Marín, de Jardín, en el mismo departamento, tiene línea familiar con el genial caricaturista Rendón. Es la séptima de 10 hermanos y se siente muy honrada de haber nacido en Fenicia, municipio de Riofrío en el Valle del Cauca. En la escuela Las Américas de su corregimiento natal y en la Escuela Mercantil de don Óscar de la Cruz de Tuluá, estudió su primaria y bachillerato respectivamente. Casada con Rubén González Pacheco, nacido en Alpujarra-Tolima, que fue director de Fenalco en Tuluá, tuvo dos hijos: Janeth y Nelson, que estudió Administración turística y hotelera en el colegio Mayor de Antioquia.
Para Marlene, viajera impenitente por el mundo y por su amada geografía colombiana, lo mejor de Tuluá es su dimensión mercurial, comercial, y lo peor, la falta de amor por la ciudad de parte de sus habitantes. Cree que el Valle tiene un gran futuro turístico, que apenas comienza a organizar esa cara de su realidad. En Tuluá y en el centro del Valle se pueden hacer grandes anillos de prosperidad basados en sus paisajes y recursos naturales y humanos.  Fenicia sigue siendo una maravilla paisajística de Colombia y su belleza brilla sobre muchas otras tierras. 

Tuluá entre la locura y la alegría

Daniel Potes Vargas

Así llama uno de mis libros, que editó la Fundación Sarmiento Palau y que presentó en su momento Gustavo Álvarez Gardeazábal. Presentó, no lanzó como dicen ahora de modo bárbaro y embelequero. ¿Para qué Macondo si hay Tuluá? En Tuluá aquello que no es cierto lo completan a martillazos. Si en la literatura de Gabo hay un cuento llamado “Isabel viendo llover en Macondo”, en Tuluá hay una realidad “El Chiquito viendo llover bestialidades”.
Los patos de los directorios hicieron su octubre. En Tuluá hay ciudadanos que a las nueve están en el directorio de don Orlando Duque Satizábal, a la diez y media en la sede política de Osquítar Marino Tovar Niño, a las once en el directorio de John Jairo Gómez Aguirre y a las dos de la tarde en el garaje político de José Martín Hincapié Álvarez. Total, un turismo electoral, un recorrido por el maravilloso mundo de la rueda de Chicago. Turistas de cuanta oficina hay en materia política, a todos demandan ayuda, a todos prometen votos, a todos aseguran lealtad y cuando llega el día de la quema se ve el humo.
Tuluá es un caso en la historia. No tuvo fundación como Bogotá, Popayán, Tunja o Buga. No hubo el rito hispánico fundacional de construir una capilla y en torno a ella doce casas en recuerdo del número apostólico a partir de las cuales se trazaban las cuadriculas. No, Tuluá fue una tierra de indios que daba trancazos a diestra y siniestra y cada que quería ascender en la escala administrativa frente a la corana de España, Buga le tenía la zancadilla respectiva. 
Ni siquiera tiene clara la semántica de su nombre y la toponimia fracasa ante tales intentos. Unos dicen algo, otros lo contrario. No es de extrañar que en Tuluá llueva hacia arriba y algunos dicen y comentan que su gentilicio es tulueño y otros que no, que es tuluano, olvidando que el único de los 42 municipios del Valle que admite dos gentilicios es Palmira: palmiranos o palmireños. Obviamente lo de tuluanos tiene una historia que viene de atrás. Así las cosas, no nos extraña que, como en la novela de Italo Calvino Una jornada de escrutinio electoral, votaron difuntos y trashumantes al por mayor y al dental, como dicen los pastusos. 

Orlando de Jesús, cercano siempre a la cultura de valores

Por: Daniel Potes Vargas

La axiología, como parte de la Filosofía que estudia los valores en general, parece ser el campo y el tema de cultivo literario de Orlando de Jesús Tamayo Velásquez, quien ha publicado varios libros en torno al cultivo espiritual en una época tan filistea como ésta.
Sin buscar ni esperar ayuda de organismos oficiales, este ferretero legendario de Tuluá entrega  a la población lectora su texto más reciente llamado “Un proyecto de vida de la mano de Dios”. Todo proyecto tiene un diseñador, todo diseño tiene un creador.
El libro de Stephen Hawking se llama El gran diseño y no obstante la consecuencia de la obra del astrofísico concluye en que todo esto apareció sin la intervención de un diseñador. La vida y la materia simplemente han evolucionado de lo simple a lo complejo, según el británico.
En este libro de Orlando de Jesús, el diseño de un proyecto de vida para los creyentes o teístas debe tener como soporte, firmeza y horizonte la presencia de Dios.
Para muchos Él no existe y la vida moderna se caracteriza por tener en cuenta toda clase de elementos, menos el divino.
Este libro de Tamayo Velásquez aspira a argumentar de manera sencilla y cristiana la propuesta de un proyecto que incluya al creador del universo y de la vida como eje sobre el cual se monta toda axiología, todo el cúmulo de valores cotidianos que deben orientar la vida de alguien que aspira a la felicidad, a la salud integral y a todo aquello que le permita un paso por esta vida de la manera más armónica y menos karmática.
Esta obra, breve en paginaje pero exuberante en ideas y propuestas, enriquece el patrimonio bibliográfico de Tuluá, ciudad muy rica en actividad editorial de todos los géneros literarios.
Todo proyecto de vida ahora es ateo esencialmente. El vocablo, la palabra Dios jamás aparece por ningún lado como si fuera un malestar hacerlo. A nadie le consta que Dios no existe y los ateos, como ellos mismos jocosamente lo dicen, lo son por la gracia de Dios. Indudablemente este texto servirá de guía para muchas personas que quieran darle un sentido a sus vidas y llenar sus proyectos con valores y con la perspectiva espiritual que contempla al creador como el ser al que debemos todo afecto, sin fanatismo ni hipocresías. Congratulaciones a su autor por este singular y original aporte a las letras de Tuluá, a las letras del espíritu. En medio de tanto ateo barato, casi siempre de origen anticlerical, este libro brilla por su valentía y su claridad.

Arco iris electoral

Por: Daniel Potes Vargas

Comienza una nueva era orientada por Gustavo Adolfo Vélez Román y su equipo de trabajo, que le augura a Tuluá cambios esenciales de situaciones que una funesta administración deja como herencia de mediocridad absoluta, no relativa. 
Ahora, como es natural, resultará que todos votaron por nuestro apreciado alcalde electo, el hijo de Piedad y Óscar. Algunos llamados periodistas llegarán de manera socarrona y disimulada para decir “alcalde, nosotros estábamos con otra persona de mentiras, en el fondo estábamos con usted”
Alegra saber que Gustavo Adolfo Vélez, no será tan ingenuo como para crear tales embustes y camaleonismos.
Desde mucho tiempo atrás se sabía que la lucha electoral no era entre el ingeniero Vélez y la representante de la alcaldía, sino contra o con John Jairo Gómez Aguirre, que dejó de ser mesetario y se hizo ascendente.
Cesó la horrible noche y ya las calles de Tuluá podrán verse de una manera próspera, no indolente y mísera como si fueran avenidas de Damasco recién bombardeadas por los rusos y con reductores triples de velocidad mal hechos y sobrefacturados.
La administración que por ventura concluye para Tuluá, fue un error cometido de buena fe por el parlamentario Rafael Eduardo Palau Salazar, que creyó que el escogido era madera de más calidad.
Es de suponer la lista larga de lagartos, cocodrilos, camaleones, lagartijas y saurios medianos que se acercarán a Gustavo Adolfo, para vender mil cuentos y adoptar cien máscaras. Una rebatiña que sólo el carácter, la nobleza y la sabiduría de Gustavo Adolfo Vélez Román sabrá sortear. 
Nadie es santo, pero Gustavo no tiene asuntos relacionados con la justicia y ama a Tuluá. Deseemos a nuestro estimado y querido amigo Gustavo Adolfo, la mejor de las suertes como tulueños. Que nuestro alcalde pueda cumplir sus sueños y deseos de hacer de Tuluá una ciudad con otra dimensión de progreso y proyección hacia el futuro con amigos de todas las clases y condiciones.
Este certamen electoral último trajo sorpresas, agradables unas y otras no, como la llegada de nuestra ilustre amiga la ingeniera Claudia Marien Rodríguez y el dueño de la bonhomía, Mauricio Eduard Arbeláez Herrera, y la melancolía por el no ingreso al Concejo y a la Asamblea de Wilson Amador Corrales, empresario de mucho valor en Tuluá y de nuestro entrañable amigo el abogado Óscar Marino Tovar Niño.

Tuluá habló de cómo se pasó de cuasi reina a primera princesa

Por: Daniel Potes Vargas

Hacía tiempo que Tuluá no tenía una unificación de sus voces ya que estaba dividida en muchas de ellas. El pasado 25 de octubre, con ocasión del certamen electoral que decidió la suerte de los numerosos aspirantes a la gobernación, alcaldías, asamblea y concejos municipales, hubo como una atmósfera consensual, como una unanimidad para expresar conceptos esenciales sobre el tema.
A la de Guacarí le dijeron no y a la de Zarzal ni se diga. Tuluá trazó un círculo no de tiza sino de fuego para que la guacariceña no asomara por los perímetros de Juácara y Limón Viejo y se supiera que Christian Garcés la dobló en votación y que dentro del mapa de los cuarenta y dos municipios, ella perdió los más entrañables para su ambición.
En cuanto a Tuluá, donde sus calles parecen las de Bagdad después de un bombardeo norteamericano y donde su nefasta y nunca antes vista descompuesta administración actual quería encaramar a una zarzaleña cuya misión sería básicamente ocultar las infinitas falencias y felonías cometidas durante la implementación y desarrollo de ésta.Se desinfectó el ambiente y es de esperar que para el próximo primero de enero comience una nueva era orientada por nuestro entrañable amigo tulueño Gustavo Adolfo Vélez Román, en unión de un cuerpo edilicio renovado en su gran mayoría y de un gabinete realmente enamorado de las causas tulueñas.   
Rodolfo Ramírez, Jaime de Jesús Alzate Diego Holguín Parra, Jorge Cruz, Jorge Andrade, todos los aspirantes al concejo que apoyaron a Gustavo Adolfo, los que hicieron posible la realización de su anhelo de llegar a la alcaldía tulueña, serán amigos de una administración que pretende ser de las primeras en la historia local, que venció la arrogancia de alguien que se creía reina y quedó de primera princesa como símbolo de un cuatrenio de oscuridad que ahora finalmente concluye.

Los aliados de Gustavo Vélez Román

 José Albeiro Rivera Porras

Hijo de Arcadio Rivera Sierra y de Amanda Porras Ocampo, este taxista con más aspecto de profesor de filosofía, cursó su primaria en la escuela José Antonio González y su bachillerato en el mítico Gimnasio del Pacífico cuando era coordinador el filósofo Félix Lizarazo Sánchez. Lo mejor para él, de Tuluá,  es el deseo de trasformación que mantiene el tulueño, así lo frustre algunas administraciones. Lo peor para José Albeiro es la actual intolerancia del tulueño. Casado con Leticia Colonia Morales, es padre de Johanna Marcela Rivera Tamayo y de Jennifer Fernanda y Charles Rivera Colonia. Su nieto Miguel Fernández Rivera, llenó de alegría la vida de este honorable ciudadano que considera que Tuluá clama por su seguridad y en Gustavo Vélez Román encuentra a alguien capaz de brindar un control a la presente situación. Propone una seguridad vial e igualmente una cultura, una pedagogía de la movilidad. Tuluá es un municipio de una alta incultura vial que incluye inseguridad e intolerancia. Eso se logra corregir no sólo con señales sino capacitando a la ciudadanía en tales aspectos. 
Por otro lado, muchos critican la fusión de los grupos de Rafael Eduardo Palau Salazar y Gustavo Adolfo Vélez Román, olvidando que lo que la velocidad del estómago no alcanza a comprender, la habilidad política de los grandes líderes lo asume de manera natural.

Aliados de Gustavo Vélez Román Por: Daniel Potes Vargas

José María Rincón Vergara

Nacido en Ansermanuevo, Valle del Cauca, pero tulueño de corazón desde 1970, este ilustre abogado es hijo de Pedro Juan Rincón Velásquez, de Calarcá y de Berta Vergara Agudelo, de Concordia, Antioquia.
Es el tercero de diez hermanos e hizo su primaria en la escuela Juan de Dios Uribe de Andalucía, donde tuvo de profesor en quinto grado a Meyemberg Vásquez Castaño y su bachillerato entre el Instituto Mixto Eleázar Libreros Salamanca, de Folleco y el Gimnasio del Pacífico, cuando era rector Ramiro Devia Criollo.
Se graduó de abogado en la Uceva con la tesis Comentarios al nuevo código de procedimiento penal. Fue concejal de Tuluá entre 1990 y 1992. Fue jefe de Juicios Fiscales de la Contraloría departamental del Valle del cauca. Durante veinte años desempeñó diversos cargos en el sector público. Asistente en la Asamblea Departamental, de su amigo Jorge Homero Giraldo; fue igualmente gran amigo de Ramón Elías Giraldo y secretario del Instituto Industrial Carlos Sarmiento Lora, de Tuluá. 
Para José María lo peor de Tuluá es la inseguridad y lo mejor, su gente. Se especializó en Derecho Penal acusatorio y siendo estudiante en su carrera de abogado en la Uceva fue monitor de Derecho Penal del Consultorio Jurídico. Su tema bandera para llegar al Concejo, con el Aico 6, es el fortalecimiento desde todo punto de vista, del deporte en Tuluá.

Los aliados de Gustavo Vélez Román

Dario Sanclemente Tascón 

Este carismático líder de Centro Democrático, partido que apoya de modo incondicional al aspirante a la alcaldía Gustavo Adolfo Vélez Román, es hijo de Nelson Sanclemente Pineda y Deyanira Tascón Jaramillo. Es el mayor de cuatro hermanos y sobrino de Jaime Sanclemente Pineda, que salió en la primera promoción de los salesianos del San Bosco en 1950. Darío cursó allí su primaria y bachillerato. Hizo estudios universitarios en la Universidad de Marseille-France. Para Darío, lo peor de Tuluá es la inseguridad y lo mejor, su gente. Ve en Vélez Román a un líder con capacidad de gestión y con un perfil empresarial que necesita Tuluá. La ciudad para él es una empresa de carácter social y el Concejo una junta directora de su desarrollo. Los concejales deben ser artífices del desarrollo de su ciudad y no meros entes de corrupción o arrodillamiento al ejecutivo de turno. Debe generar este Concejo de Tuluá proyectos de interés colectivo e impacto social sostenible. Trabajar con la bancada pertinente para cada uno en busca de esos horizontes debe ser perspectiva insalvable de todo edil.  Se rumora que hasta un 80% de la población edilicia de Tuluá cambiará tras las elecciones del 25 de octubre próximo. Hay que renovar, según Darío, con ideas y mediante debates, y evitar a los tramposos que arman sus posiciones a espaldas de la ciudad y sus gentes. Por ende, debe buscar el cambio y ser catalizadores de procesos de mejoramiento para Tuluá. En esta lista no preferente hay gente joven, universitaria casi toda, entre los cuales destacan: Juan David Pérez, Lizeth Fernanda Serna, Yirlandy Solís Anguiño, Miguel Ángel Leguía Muñoz o Valentina Chaparro Restrepo. Son muchachos que se preparan cada día mejor. Esto dentro de un movimiento que cuenta con líderes y figuras tan importantes como Juanita Cataño, en Cali. Darío tiene tres hijos: Juan Manuel, Juan Sebastián e Isabella. Apoya a Chistian Garcés y está casado con Susana García Idárraga, madre de sus tres hijos. Aunque educado en Francia, Darío es intensamente tulueño.


Aliados de Gustavo Vélez Román

John Freddy Escobar Cifuentes

Sus padres escribieron John como Jhon y así se quedó. Hijo de Arturo Escobar Escobar y María Yaneth Cifuentes, es el menor de tres hermanos. Es otro de los jóvenes valores tulueños que aspira a renovar, a ver renovado su Concejo Municipal, infestado de un poco de ediles inútiles y viciados de corrupción en su gran mayoría.
Es sobre todo un líder comunitario, un orientador comunal que ha sido tesorero de la Junta de acción comunal del barrio Villa Colombia, lo que lo fortaleció en el conocimiento de la problemática social de las distintas barriadas  de la ciudad.
Estudió su primaria en la escuela Marcelino Gillibert y el bachillerato en el mitológico Gimnasio del Pacífico.
Es contador público de la Uceva y Especialista en Gerencia Tributaria. Estudioso, serio y jovial al mismo tiempo, Jhon Fredy es un ejemplo de la actual juventud tulueña que no sólo es díscola y frívola sino analista de la crisis de la ciudad.
Con otros jóvenes profesionales, entre los que se cuenta Jorge Enrique Arroyave, creó el MIC -Movimiento de Integración Ciudadana-. Con ellos trabaja en la investigación de los principales problemas de Tuluá y sus eventuales soluciones. Para él lo peor de Tuluá es la inseguridad y la gente lo mejor de esta ciudad alucinante y alucinada.
Promovería proyectos de acuerdo con los cuales se ofrecería a las industrias que quieran establecerse en Tuluá, alivios tributarios que fueran reales y sostenibles para lograr una mayor vinculación de empresas inversoras en una ciudad donde la falta de empleo es un mal endémico y epidémico al mismo tiempo.

Ordenado y sistemático en la organización de su proselitismo político, John es realmente una promesa de oxigenación de la población edilicia tulueña, anquilosada ya en formas fósiles. 

Los aliados de Gustavo Vélez Román

Carlos Andrés Rivera Cardona

Esta es otra de las jóvenes figuras que aspira a disolver la obsolescencia edilicia de Tuluá. Hijo de José Ider Rivera Ramírez, de Supía-Caldas, y de Luz Gloria Cardona Gómez, fue asesor jurídico de la Sutev. Estudió su primaria en el colegio María Auxiliadora y su bachillerato en el Instituto Industrial. Es abogado de la Uceva y ha sido Juez de Paz, profesor hora cátedra de la Escuela Simón Bolívar. Ha laborado con Presidencia de la República, el Ministerio del interior y justicia, la alcaldía de Cali y la Asamblea del Valle del Cauca.
Pasó de ser volante de creación a ser volante delantero. Jugó con la primera C de Cortuluá, en la Sarmiento Lora y en Scotland.
Carlos Andrés es un abogado serio y estudioso. Aspira por el Partido conservador a ocupar un puesto en esa corporación que co-administra y hace control político al alcalde.
Lo mejor de Tuluá para él es la gente y lo peor, las malas administraciones que le han tocado a una ciudad tan bella como ésta.
Nacido en el barrio Popular, cree que con Gustavo Adolfo Vélez Román, el destino de su ciudad natal será otro, de mejor calidad de vida pública.

Los aliados de Gustavo Vélez Román

Es el mayor de tres hermanos, Jorge Ivano y Cristian Darío son los otros dos. Hizo su primaria en el colegio Tomás Uribe Uribe y es hijo de Darío Restrepo de los Ríos. Cursó su bachillerato en el mismo colegio y es hijo de María Eugenia Muñoz Gómez. 
Lo mejor de Tuluá es su gente, el emprendimiento y empuje de los tulueños. Ha cursado muchos programas técnicos. Estudió diseño gráfico, y cursos de sistemas. Tiene diplomados en Marketing y publicidad en la Universidad Javeriana de Cali. La idea bandera o central de Danny Restrepo Muñoz es representar a los jóvenes. Considera que hay que sanear al Concejo y evacuar tanto carcamal y fósil que lo integra o aspira a integrarlo. Es, básicamente, un empresario publicista ya que orienta los destinos desde la empresa familiar Darío Publicidad. Para Danny lo peor de Tuluá es la indiferencia de su clase dirigente hacia el destino crítico de su ciudad.
Debiera haber una política municipal que facilite medios a los comerciantes y empresarios emprendedores que muestran y demuestren calidad de propuesta e inversión. La familia lo apoyó en su aspiración al Concejo tulueño porque vieron en él al líder del proyecto Ideas que transforman. Casado con Yulieth Tatiana Calderón, es padre de Benyamin Restrepo. Su modelo de vida es Banjamin Franklin. Al lado de Wilson Amador Corrales y otros líderes juveniles, Danny aspira a formar parte de esa sangre renovadora que entrará a oxigenar el ya vetusto y viciado cuerpo edilicio de Tuluá.

Los aliados de Gustavo Vélez Román

Daniel Alfredo Cabrera Londoño
Este teólogo de profesión es uno de los más opcionados para llegar al Concejo Municipal de Tuluá dentro de los aspirantes a la corporación edilicia que acompaña a Gustavo Vélez Román. Es hijo de Víctor Cabrera Garzón y Nancy Londoño Vásquez. Es el menor de dos hermanos que estudió su primaria y bachillerato en el colegio de Occidente, cuando era rectora de esa institución Beatricita Correa.  Es tulueño de corazón, al igual que el resto de su familia, que tienen orígenes en la villa de Céspedes. 
Con estudios de administración de empresas, Daniel es hijo del presidente de la Asociación de Pastores del centro del Valle del Cauca. Para él lo peor de Tuluá es su inseguridad y el nivel de corrupción administrativa y lo mejor, su gente. Pertenece a Amicceva, Asociación de Ministros Cristianos del centro del Valle del Cauca. De la biblia prefiere dos libros: Jeremías y Daniel.
Asambleas de Dios, Iglesia Carismática y la Cruzada Cristiana, son parte de esta vasta organización que tiene su interés político al aspirar a instancias desde las cuales puedan implementar sus modelos de ética y moral, aportando al bienestar de la comunidad en la cual actúan. Ellos son Trinitarios frente a los unitarios, como los pentecostales.
Daniel Alfredo es director de la Pastoral Juvenil de Tuluá y de los Ministerios Juveniles. Sabe que una golondrina no hace verano y que un joven puede llevar muchas ilusiones pero al llegar al escenario edilicio tiene dos opciones; ser de la oposición o de la coalición. Daniel recalca la importancia de llevar la axiología, el cúmulo de valores de sus iglesias al Concejo. Es uno de los jóvenes ilustres que aspiran a llegar al ámbito corporativo de esta ciudad maravillosa y extraña.  Daniel Alfredo aspira con el número 13 de Opción Ciudadana.


Los aliados de Gustavo Vélez Román

Diego Fernando
Arias Escobar

El concejo de cada municipio, una co-gerencia legislativa como la definió en su día Jaime Castro Castro, debe estar compuesto por un personal exento de gaminería y configuraciones ajenas a su estructura, función y destino. 
Hijo de Norbey Arias Ocampo, Diego Fernando es quizás el más joven de los aspirantes al Concejo de Tuluá en esta convocatoria electoral. 
Este hijo de Mariela Escobar Fernández, hermana de Jairo, ex-alcalde, senador y ex gerente del Instituto vallecaucano de Investigaciones científicas, Inciva, entre otros cargos, es empresario de la sandalia. Se ha hecho un consumado exportador de tales productos que muestran la calidad de la industria tulueña y piensa que hay que enfatizar, debido al talento humano existente en Tuluá, en capacitación para jóvenes y madres cabezas de hogar en máquinas de coser, bisutería, marroquinería  y bolsos. Hay que implementar una cultura de la costura, comenta este joven y emprendedor empresario tulueño que hizo su primaria en la escuela del barrio El Jardín, su bachillerato en el colegio de Occidente y sus cursos de preparación en el Sena, de donde salió muy bien preparado en su campo, con posteriores cursos de mejoramiento profesional. Lo mejor de Tuluá es su gente y lo peor, su inseguridad, es la idea de este propietario del almacén Sandalias Sarita. Diego Fernando cree que la política se hace con amigos y con la familia. Propondría la trasmisión de las sesiones del Concejo tulueño por Internet, con cámaras a la web, materia en la cual es un legítimo experto. Es grato como tulueño para uno, dialogar con una joven figura y promesa de nuestra política local. Laborioso como una arriera y jovial como un niño Jesús es este aspirante a concejal de nuestra corporación edilicia, que tan necesitada está de un cambio radical sustancial, que permita tener una clase legisladora local de calidad y nivel ético  fuerte. Diego Fernando es primo del  apreciado político tulueño Jairo Mauricio Escobar Guzmán, de grata recordación en nuestro medio.

Los aliados de Gustavo Vélez Román


Harold García Peña

Hijo de Colombia Peña Restrepo y de Óscar García Hoyos, Harold cursó su primaria en la escuela Rubén Cruz Vélez, donde tuvo la suerte de hallar grandes maestros, de los que son escasos ahora, en la Pedagogía actual. Cuando era rector del mítico Gimnasio del Pacífico, Ramiro Devia Criollo, concluyó su bachillerato. Con una tesis sobre Las acciones populares se graduó como abogado en la Uceva. Actualmente es estudiante de Derecho administrativo de la Universidad Libre de Cali, tras hacer un Diplomado en conciliación en Derecho administrativo; igualmente es Técnico en Tránsito y Transporte. 
Harold es el acucioso abogado que, nacido en Buenaventura, se hizo tulueño de adopción y afecto. Casado con Leonelly Muñoz, tulueña, es padre de Valentina. Su idea central es el mejoramiento de las Políticas públicas, especialmente en el campo educativo. Harold considera que el Estado perdió el horizonte en sus políticas públicas. Como concejal buscaría activar todo lo relacionada con salud, servicios públicos, y tránsito, movilidad y transporte. Todo ello desde la perspectiva de las políticas públicas. Buga para él, es modelo en muchos aspectos, a nivel nacional. John Harold Suárez fue capaz de cumplir con las promesas de planes de vivienda gratuita. Tuluá, en su administración, argumentó que no se pudo negociar un lote para hacer lo mismo. Por su carisma y sentido de solidaridad social, Harold es una de las cartas doradas en esta lúdica y dinámica electoral que se avecina a pasos veloces.

Los amigos de Gustavo


Óscar Oswaldo Gómez Castro

Por: Daniel Potes Vargas


Una de las figuras novedosas de la actividad política de Tuluá es el hijo de un veterano de tales lides. Óscar Oswaldo Gómez Castro, es hijo de Óscar Gómez González y Elizabeth Castro Rivera. Hijo de tigre se asegura que sale pintado, pero en este caso de la crónica tulueña,  salió repintado porque por ambos polos genéticos lleva el fulgor de la pasión política. Es el mayor de cuatro hermanos y en la escuela San Juan Bautista La Salle, frente al parque infantil Julia Scarpetta, estudió su primaria. 
Cuando era rector del Instituto Agrícola de Campoalegre, Orlando Amaya Paredes, el pintor y escultor barbado, concluyó su bachillerato. Óscar cursó sus estudios de Administración Pública en la Esap, Escuela Superior de Administración Pública e igualmente un diplomado en Gerencia Pública con la misma institución, materia que lo capacita para conocer los temas de esa pertinencia académica. Paralelamente  Óscar Oswaldo, es técnico profesional de la Corporación Técnico Profesional del Valle.
Este aspirante a la actividad edilicia de Tuluá es tecnólogo en Criminalística del Instituto Alférez Real, de Cali.
Óscar, su padre, concejal de Tuluá durante tres periodos y presidente del Concejo local, ve con buenos ojos los aires de renovación que se avecinan para el recinto desde el cual se co-administra la vida pública de Tuluá. Finalmente debe decirse que este joven político ha cursado muchos seminarios y como el Camborio de García Lorca, es hijo y nieto de liberales.

Los aliados de Gustavo

Aunque cada ciudadano tiene albergado en su fuero íntimo el nombre de la persona por la cual votará en cada uno de los certámenes electorales que se hacen a lo largo de los años, no es menos cierto que paralelamente puede facilitar procesos y maneras para colaborar en que otros accedan a una instancia que al menos de nombre es democrática.
La preparación académica real y sólida de los diferentes candidatos a la alcaldía y Concejo de Tuluá es muy variada. Representantes de muchas modalidades profesionales, con preponderancia del Derecho, se hacen presentes en la arena de la competición electoral para saber en el mes de octubre de este 2015, quién orientará los destinos de la ciudad amada. 
Guillermo Lozano Palacio, el hijo de la inolvidable Rosita Palacio, es dentro del abanico selecto de los aspirantes al ejecutivo municipal, uno de los más preparados.
Con una hoja de servicios en el sector público como pocos pueden enseñar, es esposo de Olga Lucia Millán Grajales y padre de dos hijos. 
Guillermo es de los pocos inmaculados con relación a su hoja de vida y a los múltiples antecedentes que exige la ley ahora para siquiera pensar en una aspiración. 
Lozano Palacio es tulueño raizal y llegó a escenarios de elevado estrato institucional. Ciudadano de trayectoria limpia, pone  su nombre a consideración de sus paisanos para ofrecerles una gama o espectro de propuestas interesantes destinadas a mejorar la actual situación de Tuluá. Lo más simétrico es comentar y valorar la información sobre otros aspirantes, en una contienda que asegura tener visos casi dramáticos para dentro de siete meses largos. 

Tres Jorges Feriales

Por: Daniel Potes Vargas 

Llegaron, ocurrieron y pasaron como cada año por el mes de junio. Las ferias de Tuluá nacieron como algo cerrado, de tipo ganadero. No obstante que en Cali las Ferias tienen un sentido más real y comunitario porque se hacen a lo largo y ancho de La Sultana del Valle, en Tuluá todo tenía un perímetro mítico, un Coliseo, el Manuel Victoria Rojas, en el cual ardía esa legendaria combustión de las carnestolendas orejonas. Las que acaban de concluir fueron las sexagésimas, con más de medio siglo de fervor y actividad sin fin, febril y mística. 
Cuando fue la versión 46 de este evento, el coronel Dagoberto García y el Mayor José  Gregorio Molina M., encargados de la seguridad del recinto histórico, debieron cerrar los accesos ya que la multitud superaba las previsiones espaciales y arquitectónicas de la Plaza ferial. Era presidente Jorge Vásquez Motoa. Eran otras épocas  donde se pensaba más en el querido pueblo de Tuluá y no en llenar los bolsillos de dos o tres malandros. Igual ocurrió con otros Jorges, que dejaron  una impronta dorada; Jorge Alberto Cruz y Jorge Alberto Andrade Rada. Cuando se haga una historia crítica de nuestra festividad mayor se deberá mirar con lupa la lista de aquellos que amaron su grandeza y no la servidumbre para pasarla de agache y permitir que los mismos tres o cuatro bribones transformaran algo popular en algo para llenar su tripa financiera. Y en un mundo más ameno, debemos decir que así como hay potentados de la Costa Caribe, Los Llanos orientales,  Antioquia o el Eje cafetero, que vienen en briosos y costosos corceles, hay ciudadanos que llenos de vanidad alquilan a los carretilleros de la Pesquera sus rocinantes famélicos y costilludos. Los bañan, los peinan y perfuman. Se ponen gafas oscuras, bigote postizo y un sombrero casi monteriano y desfilan  como si fueran Pablo Escobar Gaviria o Fabio Ochoa, cuando en sus cantimploras no llevan licores finos sino chirrinchi de galería. La feria es lo popular y también el espejo de la vanidad tulueña. Y esos mismos que tienen a los carretilleros detrás para evitar que se escapen con sus escuálidos Babiecas, tienen detrás de ellos a tristes e hilarantes botelleros que corren tras esos jinetes del chirrinchi y entregarles una botella con ese infame repuesto y lucirse delante de amazonas de pechuguería volcánica y traseros hemisféricos y perturbadores. Por eso se llaman ferias, que es cuando los tulueños empeñan sus suegras, ex esposas y neveras para entrar a presumir al espacio mitológico de la música y las lechonas. 

Diego Alejandro Vélez Ríos

Diego Alejandro Vélez Ríos
Por: Daniel Potes Vargas

Hijo de abogada es probable que resulte abogado. Diego Alejandro es hijo de Julio Víctor Vélez Libreros y de la  Juez quinta Civil Municipal de Tuluá, Gloria Leicy Ríos Suárez.
Julio Víctor fue concejal en Bugalagrande y por ello Diego, que laboró cerca de nueve años con Centroaguas y fue su asesor jurídico, lleva la pasión política y cultural en su formación.  Es el menor de dos hermanos y cursó su primaria en el colegio San Juan Bosco. De la comunidad salesiana pasó al colegio San Francisco de Asís de los padres franciscanos, donde concluyó su bachillerato.
Una tesis llamada “Delitos de cuello blanco, soborno trasnacional”, lo hizo graduar con honores como abogado de la Uceva.
Gran amigo de Harold Arbeláez Herrera y de Fernando Caicedo Ochoa, Diego Alejandro es una de las cartas nuevas y valiosas del quehacer político de Tuluá.
Si en Bogotá hay “El solio de Bolívar” y en Cali hay “La silla de San Francisco” ¿por qué no puede haber en Tuluá “El taburete de San Bartolo”?.
Diego busca el camino para que el espacio ejecutivo que se avecina sea el mejor para esta ciudad abandonada  de su gobernante, que sólo vio en  el poder la opción de salir de pobre y dejar a Tuluá abandonada a su suerte. Correrán buenas aguas y también de las oscuras bajo los puentes de Tuluá, y Dieguito Vélez, líder  de grandes amigos, encontrará la entrada y la salida del laberinto.

Jaime Franco Patiño

Por: Daniel Potes Vargas

Es otro tulueño de adopción, como la mayoría de los que habitan hoy por hoy la villa del botánico Céspedes. Hijo de Juan Bautista Franco Betancourt y de Alicia Patiño Arias, es el cuarto de ocho hermanos, entre los cuales se cuenta nuestro amigo Arturo. Casado con Martha Lucía Montes, es padre de John Anderson, Elver Darwin y Johan Steven.
Jaime es activo como una abeja y a su gestión muchas cosas de su barriada, Bosques de Maracaibo, han logrado salir adelante en una administración que ha mostrado poco amor por las cosas de Tuluá.
Sólo ha tenido dos jefes políticos a lo largo de su crónica partidista, Jorge Homero Giraldo y Dilian Francisca Toro.
En una ciudad como Tuluá, donde la alucinación es más frecuente que la realidad, Jaime ha sido paradigma de la fidelidad, así sus decisiones de adhesión no sean del agrado de muchos. Pero esa es la dimensión real de la democracia.
Realmente el aporte de Jaime al bienestar de su comunidad es de una larga relación o inventario. La lista de sus trabajos y logros es ciertamente kilométrica y eso es lo que se debe destacar, por encima de facciones o coyunturas que muchas veces son muy, demasiado transitorias. En Bosques de Maracaibo, donde existe una enorme foresta que pertenece a los antiguos predios de la hacienda Maracaibo y donde las calles parecen cráteres lunares o Irak después de un ataque americano, hay mucho por hacer.

Gustavo Álvarez Gardeazábal

Por: Daniel Potes Vargas

Nacido el 31 de octubre de 1945, es hijo de Evergisto Álvarez Restrepo y Maruja Gardeazábal. Este ilustre narrador de Tuluá ha hecho de su ciudad el espacio-tiempo de sus relatos, que han alcanzado celebridad mediática. En una ciudad donde sólo se habla de prepagos, sicarios, traquetillos, lavaperros o descuartizadores, ha llevado el estigma de esta violencia exaltada al  arte. Al transfigurar  en categoría estética la realidad entre bufona y peligrosa de su tierra, Gustavo Álvarez Gardeazábal hizo  su propio Macondo, su propio Comala.
Autor de muchas novelas bellas y legendarias en la literatura colombiana, trasladadas algunas al cine y la televisión, Gustavo ha marcado un camino para la narrativa nuestra. No sólo ha hecho de su tierra chica un referente dorado sino que desmintió el vigor ominoso de aquella frase en torno a que nadie es profeta en su tierra. Obviamente tras él va el alboroto o la conmoción, pero eso es parte de su estrategia mediática y está en su derecho de hacerlo.
En tierra de poetas y ensayistas, Gustavo deja su estilo particular. Poco cuidado en el estilo, a la manera miroriana, no obstante tiene un lenguaje rico en fulgores cotidianos. Mantiene la tensión lectoral y la atención del que consume sus superficies textuales. Desde “Piedra Pintada”, su primera novela, hasta “La misa ha terminado”, hay una línea, la de un novelista laborioso, de alguien que nunca repite esquemas estructurales. 
Cada novela de Álvarez Gardeazábal es una sorpresa de trabajo y brillo. Político, logró llevar la literatura al poder y la fetidez de los políticos a sus trabajos de narración. Niño terrible de las letras (como en la visión de Jean Cocteau), se hizo patriarca de las narraciones dinamiteras en un ambiente de moral doble y expresión triple. 

Una familia a carta Cabal

Por: Daniel Potes Vargas

Si en Tuluá hay Potes, Lozanos, Victorias o Martínez, en Buga hay Cabales y Azcárates, así con plural en el conjunto nombre (CN) como manda la RAE con relación a los apellidos. Hace poco cumplió su centenario la ilustre matrona bugueña Inés Cabal de Macías. En torno a esa fecha de júbilo para ambas familias, se congregaron sus hijos e hijas. En ese hogar, en ese fuego familiar y entrañable se reunieron Fanny, licenciada en Literatura y Lengua Castellana; Miguel, ex jefe del acueducto de Buga; María Nelly, de tantas dependencias en Buga; Inés, abogada, secretaria de gobierno de Buga y alcalde encargada de su natal ciudad en dos ocasiones y alcalde titular de El Cerrito, así como juez (jueza se dice ahora) de la república, casada con el jurista Jorge Vásquez Motoa; Ofelia María, higienista oral; Camilo, laboratorista químico de Celanese en Cali; David, con maestría en Producción de Ciencias de la comunicación; Arcadio, ilustre poeta, licenciado en Español y Literatura; Agustín, mecánico industrial; Alba Lucia, regente de Farmacia; y José, odontólogo y cirujano maxilofacial; al igual que sus 23 nietos, muchos de ellos con estudios profesionales, 27 bisnietos y 4 tataranietos.
Una familia así, tan fértil en descendencia y en afectos y valores, merece ser crónica de los capítulos bugueños, y honra y honra y prez de toda referencia a las familias cristianas y no disueltas en ese mar de anti valores de ahora, en ese océano grotesco que ha terminado siendo buena parte de la vida moderna. Si ello es posible, sólo queda desear para la matrona homenajeada, largos años más de vida, con lucidez y alegría al ver que tantos brotes se han encaminado hacia el bien y el servicio social de su amado centro del Valle del Cauca.

Jairo Gallego Álvarez

Por: Daniel Potes Vargas 

Jairo es hermano de Orlando, el concejal que dice que hay políticos en Tuluá tan terribles que fuman debajo de la piscina. Estudió su primaria en la escuela Tomás Uribe Uribe y su bachillerato en el colegio Céspedes, cuando era rector el físico Rodrigo Guzmán Dávila. En RCN tuvo el programa “Que viva la parranda” y actualmente es el gerente de la Voz de los Robles, mitológica emisora Tulueña. 
Es hijo de Jorge Iván Gallego Correa y de María Aurora Álvarez Hoyos.
Es el cuarto de seis hermanos de una familia con raíces en Jercicó-Antioquia. Fue reportero gráfico de El Universal, de Cartagena y hermano del mono Norberto Gallego, fotógrafo de la cotidianidad tulueña. No aspira al poder público porque ama la tranquilidad y en ello hay algo de sapiencia.

Carlos Muriel Rojas

Por: Daniel Potes Vargas 

Aunque las uvas están verdes todavía y nada hay seguro para la alcaldía y Concejo de Tuluá, por vez primera se ve algo insólito en esta alucinante ciudad. Ya hay más caciques que indios. Tanto jefe no sabe de dónde saldrán soldados para votar por ellos. Carlos Muriel es de Alcalá, Valle y allí, en su tierra natal fue concejal por el movimiento Alianza democrática del M-19.
Es hijo de Benicio Muriel Buriticá y de Luz Élida Rojas Toro.
Es el cuarto de once hermanos. Estudió su primaria en la escuela Santo Tomás de Aquino y su bachillerato en la Concentración Agrícola, ambas instituciones educativas de Alcalá. Es técnico en obras civiles y hace política desde que se conoce. Lleva 25 años en Tuluá y conoce sus problemáticas y eventuales  soluciones. Es un político sin jefe, aunque se lleva bien con todos los jefes políticos de Tuluá. Es luchador denodado por su causa. Tiene dos hijos: Luis Javier Muriel Taborda, que estudia Ingeniería civil en Panamá, y Jenny Vanessa, que cursa su último año de medicina en Cuba. 
Cree que la implementación de canchas múltiples en las zonas más socio-deprimidas de Tuluá ayudaría a resolver parte de algunos problemas de esta ciudad en materia social, como la deserción escolar, la violencia entre pandillas y el consumo de alucinógenos. Muriel reitera su lucha por llegar al recinto de los 17.

Fernán y Paul Disnard

Por: Daniel Potes Vargas

Un día  llegó uno de tantos paquetes que envía Óscar Londoño Pineda a sus amigos de Tuluá. Desde Bogotá llegó la copia de un artículo de Eduardo Santa dedicado a Paul Disnard, de origen serbio-croata pero nacido en Santander de Quilichao, departamento del Cauca.

Cuenta Santa que en esa época en el Café Automático se reunían las tertulias literarias alrededor del aroma del café, el manoteo de los furibundos y la cortina de humo de los fumadores incorregibles. No había música y ello promocionaba las primicias del diálogo. Ahora los bares y tabernas tienen un volumen tan alto en sus músicas que se crea como un muro, como una tapia que impide que haya diálogo (conocimiento entre dos) y sólo haya monólogos al por mayor. Es como el discurso de los esposos, paralelos como las líneas del tren, cercanamente alejada, junto pero condenado a no cruzarse jamás. Sólo mono-logos, conocimiento entre sí.

Luego fue el Café de la Paz. Desde León de Greiff, con su barba leonina y su verbo neologista hasta Fernán Muñoz Jiménez, que en unión de Óscar Londoño Pineda, llevaba la representación del intelecto tulueño, todo era un conciliábulo de gramáticas, una Babelia de sordinas y conjugaciones. Ferocidades y paridades se daban cita en este café que de paz solo tenía el nombre.

Neftalí Ricardo Reyes fue luego Pablo Neruda. Neftalí Sandoval se llamó Paúl Disnard porque no soportó, como el chileno, el nombre mansalvero. Siempre firmó así este Sandoval, tío de José Manuel Sandoval, ex -comandante de las Fuerzas Áreas de Colombia, que vivió bohemia en Bogotá, escribió un libro sobre el imperio de los quilichaueños (Quilichao), se fue luego a Méjico para regresar a su útero terrestre, la tierra de su madre, en Belgrado. Trashumante de altas gitanerías, Paúl Disnard, es decir, Neftalí Sandoval de Santander de Quilichao, también llevó vida bohemia con el tulueño Fernán Muñoz Jiménez quien por esos días publicaba su novela sobre la violencia en Tuluá, Horizontes cerrados, con prólogo de Camilo José Cela (luego flamante Nobel) quien por esos días daba en Bogotá cátedra de vitalidad iconoclasta.  

Wilson Amador Corrales

  Horacio Serpa Uribe y Wilson Amador Corrales
Daniel Potes Vargas

Wilson, el hijo Amador de Amada,  contratista del Ingenio San Carlos, es hijo de Luirson Amador Cruz y Amada Corrales Betancourt. Fue el nieto consentido de doña Leonor en su casa de Nariño. Hermano de Alexander, fallecido en 1992 y de Yuliana; estudió su pre-escolar y jardín en el colegio Alfonso Potes Roldán, de Confamiliar y su primaria entre las escuelas de El Jardín y Policarpa Salavarrieta, cercana a Levapán.
Su bachillerato lo estudió en el Instituto Industrial Carlos Sarmiento Lora, en las rectorías de Eleázar Puerta (Tachuela) y Evadelina Ayala.
Es Tecnólogo en sistemas con un diplomado en Gerencia de proyectos y cuatro semestres de Ingeniería Civil, carrera que piensa concluir. Fue también docente de Sistemas en el colegio Céspedes, en su época boyante 
Wilson es propietario de Tecni – servicios del Centro del Valle, SAS.
Fue el pionero de las canchas sintéticas en Tuluá. Aspira a servir a su ciudad con un sentido de gerencia, empresa y acción social.
Está casado con Mónica Corrales Flórez y es padre de Daniela, de trece años, y Estiven, de cinco. Wilson es presidente actualmente del Comité Liberal Municipal de Tuluá y aspira a dinamizar la próxima configuración edilicia de su c
iudad natal.

De estudiante a maestro

Por: Daniel Potes Vargas 

José Antonio Quevedo Pineda: este tulueño de extracción popular, nacido en el barrio La Trinidad, es hijo de Ramiro Quevedo y Luz Nelia Pineda Valencia. Cursó su primaria en la escuela Guillermo E. Martínez, y su  bachillerato entre el Gimnasio del Pacífico y el Colegio de Occidente. Estudió Tecnología de obras civiles y es especialista en Procesos catastrales del Instituto Agustín Codazzi. Trabajó en acción social desde muy joven  y su abuelo Leonardo Pineda tuvo un directorio gaitanista en La Marina. Pertenece a una familia de seis hermanos, el mayor de los cuales es Ramiro y la menor Luz Nelia. Es padre de Laura Vanessa, Brian Andrés, Saray Jimena y Stefanía. Se considera de sentimientos cristianos e igualmente un buen hijo.
Su accionar  se realiza en las zonas más marginales de Tuluá. Piensa que todo concejal que se preocupe por el futuro de Tuluá  debería promover la generación de empleo y capacitar a la mayor cantidad de tulueños posible. 
Este joven líder comunitario considera que lo mejor de Tuluà es su gente y lo peor el poco amor de su  clase dirigente, que antepone el interés particular al general. Para él es un orgullo que alguien sea concejal de su ciudad y trabajar socialmente por su población.

Jaimito El Ubicuo Por: Daniel Potes Vargas

Jaime Montoya Candamil, antes de ser ubicuo, fue ganador del premio de periodismo Simón Bolívar por un trabajo llamado “Secretos de escritores”, donde abordaba a manera de entrevista, la vida y obra de autores nacionales y extranjeros y, entre ellos, claro está, a varios tulueños, escritores de su natal Tuluá aunque nació en Medellín. Quizá ahí radica la clave de su ubicuidad.
Es de dos partes, como mínimo. Hijo de un fraile franciscano que leía Las florecillas de San Francisco y enamoraba paralelamente, Jaime descubrió el don de la ubicuidad, pero de tipo pensional. Halló que por cada libro publicado, un funcionario oficial podía hacer valer dos años para su pensión.
Como tenía cinco títulos editoriales, le valieron una década. Diez años que anticiparon en dos lustros su jubilación. Estaba trabajando y al mismo tiempo adelantado en la cronología. 
Jaime publicó un libro cuando fue jefe de prensa del cardenal Alfonso López Trujillo, y otro dedicado a Manuel Mejía Vallejo, de quien fue gran amigo. 
Carece de cabello porque ni el Dr. Dávila Dávila, su apóstol dermatológico en Tuluá ha logrado con los implantes foliculares rescatarlo del reino absoluto de la alopecia. Pelos no tendrá, pero sí muchas ideas y con ellas ha administrado el fervoroso amor de viudas otoñales y bien nutridas de recursos.
Jaime Montoya Candamil, hace poco fue visto charlando a lo largo de la séptima en Bogotá en compañía del intelectual Otto Morales Benítez, y al mismo tiempo reportaron su visión y su presencia en el estrecho del Bósforo. El problema, para los profesores de Física en Tuluá, es saber cuál presencia es más real, la de Bogotá o la del estrecho que separa a Europa de Asia. Hace aparecer montañas en el centro de Barranquilla y agua en el desierto de la Tatacoa. Este poeta y declamador que usa túnicas muy blancas y largas para declamar y consume cenizas del santo Sai Baba, atribuye el ser abogado que litiga en varias ciudades al mismo tiempo, don que se lo permite la ubicuidad, a los consejos espirituales de su padre. Hijo de ensotanado sale poli ubicuo, comenta entre risas bondadosas y pensamientos que contravienen las leyes de la geometría y la geografía. 

El colegio de abogados de Tuluá

Por: Daniel Potes Vargas

La creación de un colegio de abogados y en general de cualquier colegio que agrupe profesionales de las diversas ramas de la academia, supone y presupone un aporte al fortalecimiento de muchos procesos epistemológicos y dinamizadores. Un sábado 16 de diciembre de 1978, en la finca La Aurora, en el corregimiento de La Palmera del municipio de Tuluá, con once (XI) capítulos y numerosos artículos se estructuró la plataforma del Colegio con múltiples propuestas. Las mismas fueron expuestas por el doctor Carlos María Lozano y dentro de sus interesantísimas proposiciones estaba la del estudio e investigación de la ciencia jurídica (capítulo I, artículo I). Ajena a cualquier clase de política militante, proponía una constante capacitación profesional a sus asociados.
El acta de constitución del Colegio de abogados del Centro del Valle del Cauca es un documento valioso en una ciudad rica en valores intelectuales pero que al mismo tiempo ha sido descuidada en su conservación documental y de hemerotecas.
El día 21 de febrero de 1986, en un homenaje rendido al promotor de la Escuela Jurídica de Tuluá, Lisandro Martínez Zúñiga, el colegio de abogados, orientado por el internacionalista Ciro Morán Materón, asistieron los ilustres miembros colegiados, entre ellos: Marco Antonio Arenas Cuesta, León Céspedes Marín, Carlos María Lozano Colonia, Jairo Escobar Fernández, Ramiro Escobar Cuervo, Bernardo Gálvez Cardona, Iván Gómez Jaramillo, Alberto Jaramillo Arango, Gonzalo López Arango, Israel Moreno Cruz, Rafael Moreno Cruz, Rafael Moreno Cobo, Lucelly Puerta Puerta, Francisco Rioja Rioja, Jaime Sarmiento Otero, Arturo Sepúlveda Toro, Jorge Urriago, Jorge Vásquez Motoa, Óscar Villa Gómez, Jairo Salazar Espinosa, Isaías Fandiño Cobo, Eneida Rincón, Meyemberg Vásquez Castaño, César Tulio Gálvez, Gilberto Castrillón y Hernán López Ramírez, entre otros ilustres juristas.
Es curioso que el autor de la propuesta intelectual de la Escuela jurídica de Tuluá, haya sido homenajeado por el colegio creado por Ciro Morán Materón, que en el fondo es terreno fértil y aporte para que algo así, para que algo como la Escuela jurídica de la ciudad del botánico Céspedes, fortalezca elementos de creación y dinámica. Ciro es todavía su presidente.

El poeta bugueño Arcadio Macías Cabal

Por: Daniel Potes Vargas.

El  nombre Arcadio está  muy presente en mi memoria. Arcadio González, revolucionario  y tirapiedra del Gimnasio  del Pacífico, tenía una joroba donde guardaba propaganda sediciosa. Arcadio  el bueno, padre de Ciro González  Martínez, (el gran fotógrafo  tulueño) por oposición al anterior que era el malo según los rectores, y, por supuesto, Arcadio  Buendía,  el de la novela mitológica de Gabo. En Buga un poeta lleva su nombre. Hijo  de Agustín Macías Cuéllar e Inés Cabal de Macías, quien el   próximo  30 de abril  cumplirá unos cien años  muy lúcidos.  El vate  vallecaucano  nació un 31 de diciembre  de 1950, razón por la cual  sus allegados  le llaman con un apelativo muy afectuoso y familiar. Autor de una obra muy extensa y valiosa, Arcadio Macías Cabal, es docente  de Literatura y Español en un prestigioso colegio de Cali. Arcadio es hermano de la abogada Inés Macías  y fundador y director  de la Revista Ábacos, que orienta la vocación literaria de estudiantes de la capital  vallecaucana. Autor de Tierra de lunas y Breviario, entre muchos más libros de poesía; Arcadio, como profesor del colegio Lacordaire, ha gestado la publicación de muchas revistas, entre ellas Cara y sello, de alta  calidad editorial y poética  y de prosa de reflexión.
Usa silogismos cuánticos para llegar a tratar sus temas. Comenta que si Gabo escribe para que los amigos lo quieran  más, él lo hace para confundirlos  y estar cada vez más solo. Así podrá escribir con más propiedad sobre la soledad. El gato azul fue otra de las revistas creadas  en Cali por este bugueño que estudió  Literatura  en la Universidad San Buenaventura y es cuñado del ilustre jurista Jorge Vásquez Motoa, que desafió la autoridad omnipotente de Luis Eduardo Arango “Cucaracho”.
Cultivador  del verso  japonés,  del haikú, invitó a poner inspiración creadora a los lectores que hallaron mucho desperdicio de papel en las páginas de uno  de sus libros. Quizás  el haikú no es una forma poética  para todos, así sea un lector de poesía.
Por sus lecturas los conoceréis. Por ello, los autores poéticos que marcaron la actividad lectoral de Arcadio hablan  de su calidad. Hernández, Machado y García Lorc,a son como tres grandes planetas de su sistema poético, de sus referentes humanísticos. En una tierra como Buga, plena de grandes valores literarios, desde Cornelio  Hispano o Rivera y Garrido,  hasta Rogerio  Tenorio y Harold Alvarado Tenorio, Arcadio descuella por la cantidad y calidad de sus trabajos  de creación poética y sondeo filosófico.

PADILLA AGAIN

Por: Daniel Potes Vargas

Padilla, el poeta es un soñador en acto y potencia, como en Filosofía clásica. Antes de viajar a un país lo ha recorrido  con su imaginación  a través de mapas y lecturas de enciclopedias. Primo del vate Walter  Mondragón López, José Isaac Padilla Mondragón  escribió unas temibles memorias suyas, que abarcan el Gimnasio del Pacífico y su vida erótica.
Desde una posición contra sus profesores hasta los escapes en moto  con la lujuriosa Ratona, Padilla ha sido fiel a su memoria rebelde, a su vocación  cuestionadora y objetora. Tras sus históricas y terribles memorias donde no dejó títere con cabeza, Padillita, como lo llaman sus amigos  y amiguitas, redactó un poemario que paga su deuda  con la soñada revolución social en su Canto de los oprimidos, donde recoge el grito  de los elenos, liberación o muerte.
Aunque Padilla debería decir fornicación o muerte porque fiel a su vida amorosa, su condición de soldado del eros, habla de revolución pero sueña en fornicaciones.
Padilla presenta ahora, en forma de diario, su viaje a un país austral. La Chile de Salvador Allende era su meta y, allá llegó tras su trasegar en buses por Ecuador, Perú y finalmente sus temporadas de conocimiento, reconocimiento y hallazgos en Santiago de  Chile, Antofagasta  y Arica.
La literatura de viajes tuvo su esplendor con los viajeros franceses, alemanes norteamericanos y españoles. Padilla recoge ese fervor de las trashumancias.
Padilla sabe que la dimensión del viaje no es solo ir de A hacia B sino ensamblarse con la realidad cultural y social del país que se estudia, vive y visita.
Un tercer camino de este profesor de Inglés, un tercer texto de este lector de temas históricos y revolución. Un tercer libro de este tulueño valioso y sencillo que entrega  ahora a la comunidad lectora este trabajo de recuerdo y evocación, de viaje y de pensamiento con el título de Diario de viaje a Chile.