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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tuluá entre la locura y la alegría

Daniel Potes Vargas

Así llama uno de mis libros, que editó la Fundación Sarmiento Palau y que presentó en su momento Gustavo Álvarez Gardeazábal. Presentó, no lanzó como dicen ahora de modo bárbaro y embelequero. ¿Para qué Macondo si hay Tuluá? En Tuluá aquello que no es cierto lo completan a martillazos. Si en la literatura de Gabo hay un cuento llamado “Isabel viendo llover en Macondo”, en Tuluá hay una realidad “El Chiquito viendo llover bestialidades”.
Los patos de los directorios hicieron su octubre. En Tuluá hay ciudadanos que a las nueve están en el directorio de don Orlando Duque Satizábal, a la diez y media en la sede política de Osquítar Marino Tovar Niño, a las once en el directorio de John Jairo Gómez Aguirre y a las dos de la tarde en el garaje político de José Martín Hincapié Álvarez. Total, un turismo electoral, un recorrido por el maravilloso mundo de la rueda de Chicago. Turistas de cuanta oficina hay en materia política, a todos demandan ayuda, a todos prometen votos, a todos aseguran lealtad y cuando llega el día de la quema se ve el humo.
Tuluá es un caso en la historia. No tuvo fundación como Bogotá, Popayán, Tunja o Buga. No hubo el rito hispánico fundacional de construir una capilla y en torno a ella doce casas en recuerdo del número apostólico a partir de las cuales se trazaban las cuadriculas. No, Tuluá fue una tierra de indios que daba trancazos a diestra y siniestra y cada que quería ascender en la escala administrativa frente a la corana de España, Buga le tenía la zancadilla respectiva. 
Ni siquiera tiene clara la semántica de su nombre y la toponimia fracasa ante tales intentos. Unos dicen algo, otros lo contrario. No es de extrañar que en Tuluá llueva hacia arriba y algunos dicen y comentan que su gentilicio es tulueño y otros que no, que es tuluano, olvidando que el único de los 42 municipios del Valle que admite dos gentilicios es Palmira: palmiranos o palmireños. Obviamente lo de tuluanos tiene una historia que viene de atrás. Así las cosas, no nos extraña que, como en la novela de Italo Calvino Una jornada de escrutinio electoral, votaron difuntos y trashumantes al por mayor y al dental, como dicen los pastusos.