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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

TULUEÑERÍAS ASTILLAS DE MADERA CAICEDO

Por: Daniel Potes Vargas 
Fue cuando le dijo a donde Pedro Sánchez, erudito profesor de Historia de Colombia, uno de los pocos docentes que tenía el privilegio de dormir en el Gimnasio del Pacifico clásico, que era muy desaliñado para vestirse “Don Pedro, de dónde saca Ud tanta ropa sucia para cambiarse cada día”, que comprendieron que Luis Ignacio sería Madera. Madera porque se daba la paliza  con fútbol, baloncesto, atletismo y voleibol. Corría al lado de Henry Victoria, Ansemo, de Ciro Morán Materón y del borrachito Padilla. A Chepe Álvarez Fidalgo, a don José María el aritmético, le dejaron caer un taburete sin asiento que le llegó hasta la cintura y lo dejó sin letras y sin números con ese aro. 
Séptimo de ocho hermanos, este hijo de Augusto Nicolás Caicedo Lozano y de la tulueñísima Ana Isabel Gómez Ayala estudió en el San Juan Bosco cuando los salesianos regaban el cuento del sacerdote sin cabeza que andaba por pasillos y salones y querían asustar a los hijos díscolos de Santo Domingo Savio. Padre de Carlos Augusto, es gimnasiano de tiempo completo y forma parte de su leyenda dorada, al lado de Cacaraca y Argemiro Potes Correa, el acordeonista de ojos verdes. Este esposo de Luz Alcira Trujillo Betancourt, se licenció en Educación Física, Recreación y deportes en la Uceva, cuando era Jefe de Departamento  el arquitecto y gastrónomo Carlos Alberto Potes Roldán. Ellos pestañeaban cuando doña Collette, con su español de Montpellier le gritaba a Monsieur, “Arturo, los muchachos se entran por la verga”, y ella quería decir verja. Cuando Boquetarro  Becerra, Calzones Victoria y otros traviesos de oro se llevaron la alfombra roja de los actos solemenes del Gimnasio y la cambiaron por licor y rameras en una casa de lenocinio de Buga, Madera ayudó a encontrarla con el poeta Paco Escobar Lozano. Se aterraba cuando Octavio Gardner comentaba que su hermano Emilio era el bello, de gafas oscuras, alto y delgado. Cuando recordaban   a la Calavera Chillona no podía menos que sonreír ante el optimismo del erudito profesor de Biología.
Gimnasio de Sarmiento en la campana, de Camilo Riomalo en senos y cosenos y Fatiguita, el ilustre filósofo Antonio Hincapié explicando a Hegel o Platón. Y Madera sudando, trotando, encestando y haciendo reír a Chevo el batutero a ver si se le caía la vara directora. Tuluá de  oro antiguo  frente a este Tuluá de plomo y languidez.   

TULUEÑERÍAS

Harold a su regreso de méxico

Por: Daniel  Potes Vargas 

Quien primero lo vio así, barrigón, con bigote zapatista, con mostacho de la revolución y un sombrero de sesenta centímetros de diámetro, fue Vagi Lobo. Estaba en trance de abandonar su disfraz de oveja. Sacaba el Vagimóvil de la vagicueva y se disponía a pasar revista a la caperucillas del poblado. En Centroaguas lo vieron y metieron el grito las muchachas. María Eugenia y Claudita, las inesperables sol y luna, no pudieron con la risa al ver que la ventripotencia de Haritold era una almohada ecuatorial y el bigote era un adhesivo de las mejicanerías. El manito confesó rápido que amaba más a Tuluá que a la Riviera Maya y que prefería el aguardiente de su tierra al feroz  tequila de los manitos. Vagilobo lo resumió todo al decir, “invitemos al Nelson Gómez y nos vamos a El Viril”. Así se hizo. Entre patacones y copas de carretillero zanjaron la diferencia entre el Harold sin bigote de Pancho Villa y el disfraz  dudoso del Vagilobo que no aullaba ni con la luna llena. En Centroaguas pronto pasó el miedo y reinó de nuevo la sonrisa inmortal de la Claudita.

DICHOS de Hernán Moreno Ortiz

Cuando veía un papá muy serio levantando el índice en señal de amonestación y le decía al niño “hijo, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, Hernán esperaba, como buen pediatra, a que se fuera el padre y le decía al niño “hijo, eso es puro cuento del viejo. La frase real es: no hagas hoy lo que puedes hacer mañana”.
En su biblioteca tenía un aviso drástico que decía “No presto libros porque los que hay aquí me los prestaron.” Y esperaba la reacción del que pedía libros prestados.
Finalmente comentaba que  no se casaba porque una mujer para casarse con un tipo como él debía estar loca y él con locas no se iba a casar. Buen humor sin olvidar la frase de Gilbert Keith Chesterton, “loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón.”