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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Urcuqui veringo

Fue para un viernes santo. Franklin Alférez se sentía deprimido ante la estatura de Nicolai, frente al cual quedaba como Benitín frente a Eneas. Habían libado y dieron en apostar a ver cuál de los miembros de la barra era capaz de dar la vuelta a la manzana en un cierto tiempo, muy corto.
Harold Urcuqui Guzmán, que según Edgar Bravo vendía sustancias uribistas, ya tenía panza de cardenal. Tardó demasiado en la pirueta atlética y lo hicieron sufrir porque al estar desnudo y a la intemperie, las nalgas se le congelaban. Venían las beatas rezando rosarios a mansalva y dando camandulazos a diestra y siniestra. El boticario lloró, chilló, prometió y dio lora, pero no le abrían. Cuando afirmó que Franklin era más alto que la atracción circense, lo dejaron entrar y dejó de padecer. Fue cuando se hizo santista.

La retahíla de Ceballos 
La Paremiología es el estudio analítico e interpretativo de los refranes y los dichos. Pachito Ceballos Dávila, fue un personaje popular en Tuluá. Se hizo legendario por su rapidez mental para responder a cuanta pregunta difícil o inoportuna le formulaban.
Cuando la policía, por molestarlo, le decía “papeles”, él respondía “¿qué van a envolver?”.
Cuando le decían, “cédula”, él respondía “¿qué van a empeñar muchachos?”.
Finalmente cuando le decían “acompáñenos”, Ceballitos contestaba “¿con qué, con tiple o con guitarra?”.
También solía responder a esta última invitación con la frase “¿Es que les da miedo andar solos, mariposos? Cómprense un perro”.
Hubo otros ciudadanos célebres por la relampagueante velocidad de sus respuestas. Entre ellos el pediatra Hernán Moreno Ortiz. Pero será tema de otra nota.

Tulueñerías: La marihuana de un defensor del pueblo

Con ocasión de las alegrías fluviales de Gustavito alcalde, que se arrojaba con el entrañable Carlos Melo a las aguas pardas y frías del río Tuluá en neumáticos, tras hacerlo represar  a cierta altura para que abultara su volumen acuático, Fabio Ríos Murillo se paraba en una de las orillas. Desde ese costado oriental y cerca de su taller de piezas de segunda para autos, veía el desfile jolgorioso del burgomaestre y su secretario inefable mientras escuchaba los ruidos de otra dimensión. Era Gustavito adelantado al tiempo, usando los paquidermos del circo de los Hermanos Gasca para subirse a sus lomos y desfilar como un Sandokán de mentiras. Al paso de los enormes proboscídeos, Gustavito se divertía, es decir, daba doble versión como dicen los filólogos. Todo esto es una ciudad donde no hay correctores de pruebas sino corruptores de las mismas, donde no hay levantadoras de texto sino sepultadoras de los mismos. Mientras más mouse hay en este pueblo, rebaja el índice de la ortografía y las sintaxis. Todo lo cambian, todo lo quitan y ponen a su arbitrio. El río de Ríos y las colmilludas y tromponas bestias del Circo que cabalgaba Gustavito con euforia y frenesí, son símbolo de lo mágico pero también de lo bello de nuestra extraña y alucinante, alucinada e irrepetible ciudad. Si en Escocia está el monstruo del Lago Ness, en Tuluá hay el monstruo del lago Chillicothe. Si en los salesianos está el cura sin cabeza que recorre los pasillos de los osarios y del colegio, en Tuluá hay la monja que se baja de un taxi para asistir a sus funerales. Así andamos, sin dejar de andar. 

La marihuana de un defensor del pueblo
Toda historia tiene su pre-historia y toda adultez tiene su juventud, así como cada juventud tiene su semilla de niñez. Jesús Antonio Aguilera Marín, flamante defensor del pueblo en Tuluá y fértil litigante en su ciudad, cuando estudiaba el bachillerato en el mítico Gimnasio del Pacífico era poco rendidor en matemáticas. Los senos suyos no eran Alfa o Beta, sino los de su noviecillas de entonces. 
Se enteró de que quien rendía más en trigonometría se fumaba unos “plones” antes de entrar a clase y obtenía las más altas  calificaciones en los exámenes. Fue saberlo y hacerlo. Fumó una vez un cigarrón tipo clarinetero de yerba verde y rubia. Cogió una borrachera de padre y señor mío. Con vómitos y diarrea debió ser trasladado a la enfermería, donde el médico Bustamante lo sacó de esa galaxia de alucinación. Hijo de una familia donde abundaban los varones, aprendió que la semilla no alimenta igual al gavilán que al cucarachero. Hoy coge hojas, pero de códigos y otras taxonomías jurídicas.