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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tulueños destacados Edicion 540

Francisco Caballero Ortega Conoció a Nelly Lamir Caballero, su prima, en Tuluá y luego estudiaron juntos en la Nacional de Bogotá, cuando era rector el Dr. Vergara. Se enamoraron y se casaron. Este hijo de Daniel Caballero Cataño y de la bella e ilustre dama Laura María Ortega, estudió su primaria con los hermanos Maristas de Buga y su bachillerato en el Colegio Académico en la misma ciudad, cuna de Cornelio Hispano, uno de los más formidables autores colombianos. Cuando los rusos implementaron en Colombia las pruebas psicotécnicas, obtuvo el puesto catorce entre 1.400 aspirantes a la Nacional. Se graduó de médico y cirujano en esa misma universidad. Trabajó en Carnicerías (actual Tesalia) en el Huila, tras haber perdido la opción de un puesto en el Chocó. Hace cincuenta años creó con Neftalí Méndez, Luis Uribe (El mono Uribe), Eduardo Restrepo y Rómulo Delgado, Tuluamar. Esa propiedad turística se menciona en la película “El Vuelco del Cangrejo”. El Dr. Caballero es padre de Francisco Caballero Lamir y de Patricia, fonoaudióloga y esposa de Juan Guillermo Vallejo Ángel. Es padre y primo segundo de ellos al mismo tiempo. Con su carácter abierto y su gran inteligencia comprendió que eso de que “a la prima se le arrima” es algo más que un refrán. Lo mejor de Tuluá es su gente, su hospitalidad. Lo peor de ella es su inseguridad. Ama la quinta sinfonía de Beethoven y considera que Tuluá es un puerto seco. Un cruce de caminos que a todos se abre. Laboró en el viejo Hospital San Antonio, cuya historia escribió Daniel Potes Lozano. Se jubiló en el Hospital Tomas Uribe. Perteneció a la sociedad de órganos de los sentidos. Luego fue otorrino y oftalmólogo por separado. Su trabajo en el hospital Universitario del Valle lo hizo un galeno de gran sensibilidad social. Anuar Cabrera Tuluá es tierra de gestores culturales. Ómar Ortiz Forero, Alba Lucía Tamayo García, Pachito Girón Ocampo, y por supuesto, Anuar Cabrera, que estudió su primaria en la Escuela Guillermo E. Martínez, y su bachillerato en el Gimnasio del Pacífico, cuando era rector Jorge Enrique Cuero y los tirapiedras eran más que una leyenda. Es el mayor de siete hermanos, este gestor cultural que vivió su infancia en el barrio Céspedes, al lado de Pachito Gálvez Giraldo, cuando el vendedor de bolis en el triciclo anunciaba el producto Freskín y no soñaba ni en sus más remotos sueños ser el alcalde de su ciudad. Anuar fue alumno del mitológico profesor Alonso Izquierdo y de Doña Teresita Moncada, la madre del cantante Farid. Este motociclista que ha viajado por media Colombia, se inició teatralmente en el Taller teatral Tuluá y al lado de su largo trabajo y experiencia en gestión cultural, tiene un Diplomado en cultura y convivencia. Si la poeta Alba Lucía Tamayo, logró que los artistas se profesionalizaran a su paso por la Gerencia cultural del Valle; Anuar al lado de Pachito Girón Ocampo, fue eje y nervio de la descentralización cultural de Tuluá que cuenta ahora con diez casas de la cultura. Su infancia cespedina impidió que mermara su imaginación. Perteneció a la Fundación cultural Tuluá y a la Fundación Germán Cardona Cruz. Hacia 1985 observó que casi toda la actividad cultural de Tuluá, en el sentido popular, se hacía en el cuadrante suroccidental y que personas como Ramiro Arana Marmolejo o Carola Sinisterra, con Los Goyos o con El Carnaval del pueblo, sembraban la alegría de la cultura en sectores olvidados por la dirección administrativa. Casado con la fonoaudióloga pereirana Luz Clemencia Velásquez, es padre de ItaYosara y Juan Camilo. Considera que la cultura sí da votos y que todos los alcaldes de Tuluá han sido de vocación intelectual y han visto con buenos ojos su labor cultural. Con Nelson Llanos Vargas, comenzó sus Semillas de paz y en el que era el Centro médico Rubén Cruz Vélez, logró que se levantara la Fundación Casa Popular de Cultura, la Biblioteca del arte Francisco Gálvez Osorio y el Centro Cultural Anuar Cabrera. Si ese Centro lleva su nombre, es para premiar su esfuerzo y dedicación al inacabable mundo de la cultura, sobre todo la de sabor popular.