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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tulueñerias 480

Ramiro Vargas Vásquez
Una caricatura del maestro Jorge Restrepo Hernández lo representa con flechas, arcos y plumas. Su dimensión guerrera, sin achiote en la cara, quedó sintetizada. Hijo de José Marcos Vargas Ramírez y de Ericinda Vásquez Cárdenas, Ramiro es padre de Ramiro Enrique, Lina María y Diana Lorena, que viven en Gainsville. Estudió su primaria en el Colegio Franciscano y debió huir siempre del acoso de los frailes taladrillos. Concluyó su educación media en el Gimnasio del Pacífico. Esposo de Aurora Gómez, Ramiro es símbolo de pujanza, al lado de sus hermanos, entre los que se cuentan Hernán, Gerente de Sin en Tuluá, Bernardo, ingeniero y Óscar. Nueve hermanos no son un número antioqueño pero sí andaluz ya que esta familia procede de la tierra gelatinosa. Tulueño de alegría y lucha comerciales se dedica a generar empleo para otros.

Un 29 de Abril de 1994
En una calle perpendicular al Hospitalito, en el barrio Rubén Cruz Vélez, hubo una frase que se oyó al día siguiente de un suceso. Era la mujer de un librero de segunda que le dijo ¿Quién te manda a llamarte como un mafioso?. A las cinco de la mañana, tres cuadras a la redonda estaban atestadas de policías antinarcóticos. El día anterior avionetas y helicópteros dejaron ver que no era una jornada ordinaria. Víctor Julio era Patiño pero no Fómeque de segundo apellido. Docente sencillo del campo, compró la librería de segunda a don Ramón Victoria y no dejó desfallecer la pasión por la lectura en un pueblo poco lector y embelequero. Este Víctor Julio, con nombre
de traqueto, había comenzado vendiendo baratijas en las calles y pagando su carrera de Educación Física en la Uceva, hasta que el Dr Potes Roldán lo hizo su protegido en la Alma Mater.
Tumbaron la puerta. Angélica, John Alexander y Andrés Mauricio, sus hijos, no estaban. Tampoco su mujer. Él sintió más miedo que ellos. Nacido en 1952, Víctor Julio comprendió tarde que llamarse así, que llevar el homónimo de un capo, era lo menos bueno que podía ocurrirle. Oficiales de comandos terribles, agentes duchos en la lucha contra la droga interrogaron a vecinos. Se cercioraron que Víctor era el vecino callado que decía ser. El General Rosso José Serrano dijo “La embarramos, muchachos. Nos fuimos”. Se apagaron los motores, se alejaron las armas. El barrio volvió a su tranquilidad. Y el 30 de Abril todavía comentaban detalles, dimes y diretes. El susto todavía, al recordarlo, le enfría el paquete intestinal al docente bonachón.