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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tuluá in fábula

Por: Daniel Potes Vargas

Razón tenía Gustavo Álvarez Gardeazábal en su libro “La novela colombiana ante la verdad y la mentira”, al aseverar que en Colombia la historia como no es exacta o veraz, es suplantada por la novela. Obviamente esa idea es más aplicable a unas ciudades que a otras. Tuluá es un caso sutilmente extremo. Lo anterior no es una antinomia kantiana sino una certeza.
Los libros que hablan de su historia no han hecho más que suministrar datos que nunca han exhibido sustento probatorio,  ni han ofrecido información  corroborada. Aparece fundada cuando no tuvo hito fundacional hispánico como Popayán, Cali o Cartago. Los protocolos hispánicos de tipo fundacional eran muy rigurosos. Se levantaba una capilla y en torno a ella doce casas en recuerdo del número apostólico. Tuluá fue dando tumbos desde que era un pueblo de indios aspirando a ascender en el escalafón que tenía España para las evoluciones administrativas y urbanas.
Cada vez que aspiraba a algo mejor desde el ángulo administrativo y como ente territorial, Buga tenía la zancadilla precisa, la traba exacta para impedir que Tuluá evolucionara y dejara de ser tierra que ofrecía mano de obra masculina de tulueños y nativas de la localidad para placer de los señores de Buga.
Con un municipio que aparece fundado y nunca tuvo fundación; con una tribu, la de los tolúes, que jamás vivió en estas tierras; con un Cacique Cunchipá, del cual no hay registro argumental o documental, Tuluá termina siendo más una evocación de sus escritores, una telaraña lírica y mítica de sus poetas y un buen deseo de los parroquianos dotados de una bonhomía a toda prueba.
Relacionado esto con la frase de Gustavo Álvarez Gardeazábal, ¿qué resulta de ahí?.
Nada menos que Tuluá es un mapa metafórico, una red de símiles y un coro de piropos de sus enamorados vates y de sus desmesurados narradores.