GEWB

Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

La Casa de don Agobardo Potes

Por: Daniel Potes Vargas

Las cosas y las casas se cuidan en el tiempo, no sólo en el espacio.  El verbo catalán curar  significa cuidar.  Un Curador como Carlos A. Escobar. Se preocupa por inventariar los patrimonios arquitectónicos de la vieja Villa.  Se salvan cuando ello es posible.  Pero otros fueron demolidos sólo en sus paredes, escombros y recintos.  Viven y perviven en la memoria, como la casona de don Agobardo Potes Vivas.  De dos plantas, era el remate natural de los llanos de Morales.  Cerca estaba el Charco de Los Encuentres, donde se juntaban aguas frías del Morales con aguas tibias de La Ribera.  Allí bañaron los Potes Lozano con Álvaro y Daniel a la cabeza.  Luego, los Potes Roldán.  El burro que tenía don Agobardo recibía de manos de Carlos Alberto, panela molida que aumentaba sus ardores genesíacos.  Muchas hembras eran parte de su corte amorosa.  Rebuznaba y los muchachos sabían qué hora era.  Jaime, Alfonso y Carlos Alberto colgaban sus cometas en medio de las ráfagas de agosto.  Las ataban a un alambrado para que volaran solas.  Y se iban a comer.  Allí sentían la frescura de la tarde y veían a parejas de tulueños y tulueñas que se amaban cerca de coclíes, de tortugas pequeñas y árboles de Júpiter.  Eran otros días hacia los cuales se navega con el pastelillo  de Proust, con el bizcocho de la memoria dulce.  Es mejor muchas veces que la caliente realidad.