GEWB

Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tulueños de adopción

Camilo Cortés Jiménez

Hay tulueños de genética; telúricos y genealógicos. Otros lo son de adopción  y hay fama acerca de que hacen más por Tuluá que los nativos, que muchas veces no pelean una herencia. Su santo es Camilo de Lelis y es hijo de Pedro María Cortés Zapata, de Bogotá, pariente del teniente Carlos Cortes Vargas, asociado tristemente al genocidio de las bananeras en 1928, en Fundación, Magdalena. Camilo es el mayor de seis hermanos. El único varón en un matriarcado de cinco hermanas, hijas, como él  de Ana Beatriz Jiménez González; cursó su primaria en la escuela Jorge Eliecer Gaitán, de Bogotá. Su bachillerato lo hizo entre el Liceo La Salle y el colegio Nicolás Esguerra. Cuando era rector Bernardo Gaitán Mahecha de la Universidad Javeriana, estudió Administración de Empresas. Fue gerente del Banco Popular en Tumaco y San Andrés, así como en Fusagusá y Arauca. En Riohacha y Cartago fue gerente del Banco del Comercio.
En el archipiélago vivió de cerca la picardía y travesura   de los turcos con sus comercios donde embaucaban a los del interior y esquilmaban a los pobres cachacos que caían en sus manos. Buen lector de historia colombiana y de libros que cultivan el buen humor, vivió anécdotas como la del vaso perforado que irrigaba el whisky sobre camisa y corbata de manera micro-surtidora.
Ese vaso lo conserva su amigo, el bromista Eduardo Ruiz Arango. Fue testigo de cuando el Pote Beltrán no se calló la boca y delató un negocio de camposanto en el Club Boyacá de Tunja y el obispo Trujillo se le adelantó en el huerto de cruces, como llamó Miró Ferrer a los camposantos.
Don Camilo, al igual que el pastuso Humberto Camacho, fueron objeto de las bromas terribles de don Camilo Peña Dávila, poeta cartagüeño, que fue propietario del almacén Valher e hijo del maestro Peña, que construyó la torre grande y alta de San Bartolomé, la parroquia de Tuluá