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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Continuación Tuluá in fábula 3

Por: Daniel Potes Vargas

Aparece luego una novela “Cóndores no entierran todos los días”, que hace un giro con relación a las dos anteriores, donde la comunidad criminal y la supliciada son como los universos simétricos de la gran historia de la sangre. En esta novela Gustavo Álvarez Gardeazábal, de algún modo cambia los ejes de referencia y el pivote ya no es el doble de la comunidad masacrada y los grupos masacradores, sino que son un eje único, el de León María Lozano, que se hace como la voluntad bíblica sin la cual no se mueve una vida o una muerte en Tuluá. El Cóndor llena el espacio narrativo, batiendo sus alas y generando bataclanes y polvaredas de velorios y cortejos fúnebres.
Remata esta tetralogía de la violencia tulueña una novela fina, de corte psicológico, como toda la producción de su autor. En La noche que no termina, del ilustre jurista Óscar Londoño Pineda, no se desciende a la descripción de la fenomenología genocida u homicida. Rastrea mejor los aires de muerte, terror y soledad que viven los personajes de ambos bandos.
Otra novela no teje la radiografía verbal de Tuluá desde el ángulo cuchillero o balístico, sino desde la soledad de sus niños callejeros. En los marginados, de Jairo Humberto Méndez Soto, se hacen malabarismos de descripción y narración para nombrar de  manera literaria el mundo de los gamines o niños abandonados de Tuluá, que deben dormir en las bóvedas del cementerio de Palobonito para escampar en las noches terribles de lluvia. Mi novela Joaquín Castello va y viene de Bogotá a Tuluá. Es un columpio que evita estar en un trapecio y se tira sin red a rememorar voces y susurros de este pueblo que ha amado a sus dementes y a sus reinas de belleza, en especial a Swanda Powell, una rubia pectoralizada que trajeron de Ohio para que desfilara en carroza por la carrera treinta tras haber desfilado en Chillicothe, su tierra, como reina de las industrias lácteas.
Henry Miller hubiese disfrutado con la corte de sus rameras de leyenda, plenas estas barraganas de anécdotas y acrobacias del lecho. La Remeneo, La Tongolele, La Culoetrueno, La Tumba-catres, La Campanita, La Mona Esther, La Camila Giraldo, entre otras brillantes damiselas del placer, llenarían páginas y páginas de un novelista voluptuoso.
Pero no sólo asesinos y cortesanas de pueblo han poblado sus escasas páginas de verdad y las abultadas de su leyenda. También eruditos como German Cardona Cruz o polígrafos como Enrique Uribe White, sabios de renombre planetario como Jorge Saúl García Mendieta, han aumentado con brillo y luz su historia. 
Legiones de poetas le han cantado, al lado de los forasteros como Fernando Charry Lara, Ítalo Balmes Peña Bejarano, Escolástico Escobar Lozano, Federico García Castro, Néstor Grajales López y Óscar Londoño Pineda, le han alabado sus glorias con mayor o menor calidad poética.
Monografistas como Joaquín Paredes Cruz, Carlos Eduardo Escobar Quintero, Guillermo E. Martínez Martínez, Ómar  Franco Duque, Guillermo E. Martínez Núñez, Carlo Ochoa Martínez, Olmedo Gómez Trujillo y Urbano Campo, han descrito sus capítulos de esplendor y miseria humana y política.
La oración por Tuluá la hizo Luis Enrique Romero Soto, nacido en esta tierra de juristas, de vates de alta calidad como Ómar Ortiz Forero y de cronistas atípicos como Walter Mondragón López. Tierra de pintores, de músicos y cantantes que hacen relación de sus bondades, inventario de sus dones. Claroscuro de riquezas y vilezas. Lo mejor de Tuluá sigue siendo la alegría y hospitalidad de sus nativos y lo peor, el no saber hacia dónde va porque los políticos no la dejan ver. Sobre su nombre hay mil leyendas y disparates, pero también abundan las verdades, entre las cuales destaca la de su enorme capacidad de enamorar sin condiciones a sus hijos y a los que tienen la extraña suerte de llegar a sus tierras, a las orillas de su río pardo, fresco y milenario.
Como en la frase del autor de “Cóndores no entierran todos los días”, la historia de Tuluá no la han escrito sus historiadores, que en sentido crítico nunca los ha tenido, sino sus novelistas, cuentistas y poetas. Y hasta mejor será así, ya que más que cifras hay relatos y más que estadísticas hay cantos a su vida y a su tierra.

Continuación Tuluá In Fábula

Por: Daniel Potes

Si no fue fundada por Juan de Lemus y Aguirre, un calavera ejemplar que embarazaba indias y desplumaba a  aquellos que jugaban cartas con él, y si no tuvo indios de los cuales se pueda afirmar con certeza su existencia, ¿qué queda de la ciudad?
Lo que queda es poco cierto y muy aleatorio lo que hay sobre ella. Que le llaman Corazón del Valle no tanto porque haya muchas enamoradas en su territorio sino porque genera otra metáfora, la de ser algo comparable al órgano cardíaco en la geografía regional. Cuna de bandidos célebres y desalmados, de mujeres de belleza proverbial y de una agroindustria que ni avanza ni retrocede, al igual que de una vocación mercurial, de una actividad comercial inextinguible, es una ciudad que genera círculos concéntricos que se difunden hacia muchas municipalidades vecinas y circunvecinas.
Tierra  de turcos, árabes, judíos, sirios, libaneses, que recibían el gentilicio común y raso de turcos. Ciudad que es hermana, por decreto, de otra en el Estado de Ohio; Chillicote, que es recordada con el nombre de su único lago donde antes amaban a las garzas y ahora las quieren exterminar.
Tradición oral y piso verbal frondoso, hacen de Tuluá una gramática, mitad bien conjugada, mitad planilla de errores y olvidos. Y el olvido es otra forma de la muerte, como la ingratitud.
Llena de remiendos en su crónica, tiene un porcentaje pequeño de verdad y lo que queda si no es legendario, es mítico.
De las novelas que la pintan, menos dos, todas son sobre la violencia con minúscula, como estado perenne de estos ciudadanos que fanfarronean sobre su masculinidad balística y su desconocimiento de la piedad o la compasión. Ángeles de la muerte de otras tierras poblaron su olimpo de sangre, llenaron su Wallhala de cuchillos, machetes y pistolas.
Primero fue Miguel Jerónimo  Panesso Olivares, quien en su novela “El molino de Dios”, puebla y despuebla la ciudad de matones atemorizantes como El vampiro, Pájaro verde, Pájaro azul o Lamparilla, recordando que calles, carreras y avenidas se hinchaban de soledad y terror como escenarios de brutalidad y sevicia contra el bando contrario en asuntos de partidismo político.
Por vez primera alguien se atrevió a llamar por sus remoquetes a estos mensajeros del tueno y la tortura. Luego Fernán Muñoz Jiménez, retrata a los mismos sujetos emisarios de una parca violenta con apodos y apellidos, y uno que otro nombre. Horizontes cerrados se hizo eco no sólo como estado común de la humanidad sino de La Violencia con mayúscula, como periodo histórico en el cual Tuluá ratificó su condición de tierra amante del jolgorio de la eternidad, de la muerte precoz, del Tánatos que siempre la ha fascinado hasta en sus semanarios que se hacen productivos con el registro de obituarios y crímenes de todas las taxonomías.

Tuluá in fábula

Por: Daniel Potes Vargas

Razón tenía Gustavo Álvarez Gardeazábal en su libro “La novela colombiana ante la verdad y la mentira”, al aseverar que en Colombia la historia como no es exacta o veraz, es suplantada por la novela. Obviamente esa idea es más aplicable a unas ciudades que a otras. Tuluá es un caso sutilmente extremo. Lo anterior no es una antinomia kantiana sino una certeza.
Los libros que hablan de su historia no han hecho más que suministrar datos que nunca han exhibido sustento probatorio,  ni han ofrecido información  corroborada. Aparece fundada cuando no tuvo hito fundacional hispánico como Popayán, Cali o Cartago. Los protocolos hispánicos de tipo fundacional eran muy rigurosos. Se levantaba una capilla y en torno a ella doce casas en recuerdo del número apostólico. Tuluá fue dando tumbos desde que era un pueblo de indios aspirando a ascender en el escalafón que tenía España para las evoluciones administrativas y urbanas.
Cada vez que aspiraba a algo mejor desde el ángulo administrativo y como ente territorial, Buga tenía la zancadilla precisa, la traba exacta para impedir que Tuluá evolucionara y dejara de ser tierra que ofrecía mano de obra masculina de tulueños y nativas de la localidad para placer de los señores de Buga.
Con un municipio que aparece fundado y nunca tuvo fundación; con una tribu, la de los tolúes, que jamás vivió en estas tierras; con un Cacique Cunchipá, del cual no hay registro argumental o documental, Tuluá termina siendo más una evocación de sus escritores, una telaraña lírica y mítica de sus poetas y un buen deseo de los parroquianos dotados de una bonhomía a toda prueba.
Relacionado esto con la frase de Gustavo Álvarez Gardeazábal, ¿qué resulta de ahí?.
Nada menos que Tuluá es un mapa metafórico, una red de símiles y un coro de piropos de sus enamorados vates y de sus desmesurados narradores.

POEMAS Y ARS POÉTICA

Por: Daniel Potes Vargas 

Al alimón parecen escritos tres libros de Arcadio  Cabal Macías y David Horacio Rosales Rojas.  Si Borges y Bioy Casares escribieron relatos a dos  manos, estos  dos  vates sabios y sensibles lo han hecho con Tierra de Lunas, Sonata de silencios, Si no encuentras el paraíso, invéntalo e Y la primavera no nos basta.
En Arcadio encuentro más la polisemia natural de la poesía. Cohen decía en su curso sobre Paul Valéry en La Sorbona que la poesía es alígera, inasible y polivalente. 
En el prólogo al poemario e Y la primavera no nos basta, dice con sabiduría David Horacio que el deber de la poesía es recordarnos que no hay fórmulas para evadir las dificultades y misterios de la existencia. No importa cuántos  hijos se tengan, el saldo de la cuenta bancaria de cada uno o la pareja del hogar. También encuentra como meta de la poesía ayudarnos a combatir la amargura y el desencanto de sabernos tan efímeros y vulnerables. Rosales es de una notable inteligencia emocional.
Nadie se escapa de la gravitación ominosa de la muerte. Nada hay después de la muerte y la muerte en sí misma nada es, decía el sabio atemporal Lucio Anneo Séneca. Comenta con bellas palabras Rosales Rojas “Cuando una metáfora ajena se siente como propia y un poema traduce un sentimiento o un instante añorado por el lector, se celebra una de las comuniones más profundas con el otro y con la naturaleza. En estos tiempos de tantas distracciones, ruidos y apariencias, de júbilos en un vano intento de ocultar el hastío, la poesía nos devuelve el silencio y la verdad.”
En un departamento como el Valle del Cauca, exuberante y persistente en la búsqueda de la poesía polisémica y libre, los poemarios de estos dos poetas son como una pleamar en el océano de los fulgores. Altamar de oro son estos versos de Regresos, del poemario Tierra de Lunas de Arcadio Macías Cabal” El sueño es una larga vida inconclusa”. ¿Donde estará el que acabó de ser? Sólo queda la sombra tras la puerta que se cierra.” (Hoy). No sólo belleza, no sólo oleaje estético hay en la poesía de ambos sino escrutinio del misterios, minería en los guiños de la vida y de la nada, del conocimiento y el olvido.

“Ser mediado”, obra del filósofo tulueño Luis Gabriel Montaño B.

Por: Daniel Potes  Vargas 

Uno de los más importantes filósofos colombianos, Rubén Sierra Mejía, ha reiterado el carácter glosador de casi todos los filósofos. Hasta la tesis doctoral de Marx versó sobre los atomistas griegos y la mayoría de autores del pensamiento y de la ideología moderna no pasan de ser comentaristas de otros autores. En semiótica la rusa Julia Kristeva, aclaró que todo es intertextual. Nada hay ya original. En cualquier parte, en algún tiempo, alguien ha escrito sobre aquello que nosotros escribimos.
La intertextualidad satura el universo de la letra y la idea. De allí la importancia de este libro, El ser mediado, del pensador tulueño Luis Gabriel Montaño Betancourt.
Inspirado en gigantes del pensamiento como Hegel, Kant, Heidegger y Lacan, Montaño Betancourt explora la crónica de la desintegración del ser, del espíritu que perece aplastado por las reglas del sistema, que al igual que la vida, tiene el mismo objetivo primordial, perpetuar el poder de su modelo, la vigencia de una atmósfera vital y cultural.
El hombre en su lenta y grotesca donación de su axiología, del cúmulo de sus valores que desaparecen devorados por las fauces leviatánicas, queda desolado y desnudo, mera cifra irrisoria que exhibe toda su devastación ontológica y lo que es peor, feliz de entregarse a la corriente reductora del sistema.
El hombre se vuelve un objeto más en la incesante corriente del consumismo que no es otra cosa que el capitalismo con sus funciones económicas exponenciales. El ser se hace inauténtico y el ente desaparece con toda su trascendencia disuelta. Se pierde en él el hambre de absoluto y se nutre de las redes mediáticas y sus tentáculos, en medio de la oferta incesante de símbolos que satisfacen sus deseos de manera transitoria, deseos que son provocados por el mismo sistema. Los deseos de la muchedumbre son los creados por el centro del poder.
Momento feliz para Tuluá que tiene con este pensador serio, de lenguaje complejo, que brinda laberintos para decodificar con este libro. Puedo resumir su texto con una frase suya: “creer en lo absoluto es pretender al infinito desde las limitantes de nuestra propia comprensión”, pág – 120 

Un libro de Jairo Gutiérrez Obando y Elba Milena Padilla Cardona

Por: Daniel Potes Vargas 
En un país zángano lectoralmente, donde cada uno argumenta a diestra y siniestra para no leer, la Vicerrectoría de Investigación y proyección a la comunidad que dirige el docente Eusebio Ducuara Celis, se publicó un trabajo  de investigación y recopilación del rector del Alma mater tulueña y de la Directora del proyecto de formación de competencias en DDHH, Elba Milena Padilla Cardona, denominado Víctimas de desplazamiento forzado en Colombia.
El tema, de actualidad palpitante, tiene 302 páginas de superficie textual útil y fue editado por Poemia, de Cali. Presentado el texto académico por el jurista español Pedro Carballo Armas y catorce capítulos, la obra recoge y sistematiza todo lo pertinente a la epistemología  del tema.
Tres años de ardua compilación y sistematización exigió a los autores la elaboración de este trabajo, no para posar de escritores de creación sino de estudiosos del tema.
La creación literaria, novela, cuento, poesía, ensayo, teatro, etc., es una dimensión. Otra, la de investigación y organización de material existente. Dando  cuenta de sus fuentes, evitaron lo de muchos llamados autores ahora que lo único que hacen es fusilar aquí y allá y fungir, con su colcha de retazos, como si eso lo hubieran redactado ellos. Simplemente ahora muchos se circunscriben a eso, a tomar de aquí y allá sin tener la hidalguía de mencionar que sólo es un collage o composición de textos ajenos.
El trabajo de Gutiérrez Obando y Elba Milena, es muy honesto al citar las fuentes que lo soportaron, en especial, las sentencias que dan vida al trabajo ya que enfrentan la teoría, la normativa, a la dinámica de las sentencias de las instancias pertinentes sobre el tema.   
El desplazamiento es el cáncer diario de centenares de familias de Colombia que son arrojadas de su paraíso, de su hábitat local para aumentar los cinturones de miseria de las grandes ciudades.
El fondo editorial de la Uceva es magno ya. Decenas de trabajos académicos se publican bajo la orientación de Ducuara Celis y del poeta Omar Francisco Ortiz Forero. Múltiples temas se han abordado, desde ecuaciones diferenciales hasta asuntos de crítica literaria o ambientalismo. 
Congratulaciones a los ilustres autores que lejos de cualquier vanidad, son investigadores constantes, analistas perseverantes en este caso, de un tema que azota a la nación colombiana, rastreando los marcos jurídicos y la realidad cotidiana del mundo triste de los desplazados forzados de nuestra patria.

TULUEÑERÍAS: Fernando González Ochoa y Nachito Cruz Roldán en el Consulado de Marsella Por: Daniel Potes Vargas

En 1.895 nació en Envigado, el filósofo Fernando González Ochoa. Casado con Margarita Restrepo, hija del ex presidente Carlos Eugenio Restrepo, tuvo a Álvaro, Ramiro, Pilar y Simón. Este último sería el legendario gobernador (intendente) de la isla de San Andrés. Fernando moriría en su natal Envigado, llamado así por las numerosas casas con muchas vigas.
Dos libros suyos, Don Mirócletes y Salomé, hablan de su paso por el Consulado de la ciudad francesa que fue tema literario de Emile Zolá. Fue cónsul de Colombia entre 1.932 y 1.934 y en su libro El Hermafrodita dormido, ridiculizó al gobierno de Mussolini, el cual sugirió a su homólogo colombiano  que dejara sin empleo al alborotado antioqueño que con los años sería el padre espiritual de los nadaìstas. En Don Mirócletes, habla de cómo en su fetichismo el personaje husmeaba y succionaba la humedad de unos interiores recién colgados en el alambre del patio trasero del consulado. Eran los famosos calzones de Tonina.
Con los años, un ilustre tulueño y entrañable líder del partido liberal, el bacteriólogo Ignacio Cruz Roldan, hijo del poeta Aquileo Cruz Victoria, con su lenguaje desenfadado de orejón inmarchitable y enterado de la fetichista situación de su antecesor en el Consulado donde él también fue nombrado y conociendo el tema de las bragas de Tonina, dijo: “Tanta joda por unos cucos, carajo”.

Pacho Vargas Rebolledo, Juan Carlos y Memín.
Parece una mezcla extraña pero es histórica. Francisco Vargas Rebolledo, hijo del antiguo terrateniente de Andalucía Luis Vargas, era de cara colorada, muy liberal y aguardientero. Tenía unas manos enormes, como de oso de la carrera treinta. Era muy buen amigo pero capaz de dar a un impertinente un puñetazo que lo dejara privado un corto tiempo. Padre de Juan Carlos Vargas Romero, Pacho fue una leyenda en el gremio transportador de su época tras haberse dado la gran vida como hijo consentido del rico poseedor de tierras.

Juan Carlos es líder comercial, deportista y amante de hacer bromas a algunos amigos, entre ellos el célebre y legendario Memín.
Le advirtió y le recomendó a su empleado de color que no se metiera a las pirámides porque eso era un “camello” pero no del desierto sino de la quiebra.
Memín desobedeció la comercial sugerencia e hizo caso omiso de las juancarlífera advertencia y se afilió a la montaña tumbadora de David Murcia Guzmán, que lo dejó sin un peso ni un pelo y con la mujer a punto de sacarlo de la casa por andar escuchando bobadas. Total, una línea que creció entre las palmeras y los tangos de la 30, Juan Carlos y su prosperidad y al fondo, como telón, Memín y sus disparates de desobediencia. Tres personas distintas y una alegría verdadera. 

Agonía de un adolescente

Por: Daniel Potes Vargas 
En esta primera novela que entrega el constitucionalista Jairo Ramos Acevedo, se echa mano del recurso del monólogo. Ello parte de una base  que Ángel Rama comentó a propósito de “La hojarasca” de Gabriel  García Márquez. Por más inconexo que parezca el monólogo, implica o significa el establecimiento de una nueva realidad que es la única segura, aquella que se produce en la conciencia humana, en la fábrica del conocimiento.
Al igual que “Mientras agonizo” de William Faulkner, se reinventa y cuenta la realidad para que coincida en su desarrollo cronológico con la actividad de la conciencia del sujeto que evoca.
Al ser una obra hecha con los escombros de la memoria de un muerto, la realidad se temporaliza de un modo caótico como caótica es la vida de la conciencia cuando está activa o como desordenado es el material de los sueños.
No hay personajes constantes, excepto la voz del yo del muerto que describe su descomposición y fetidez a medida que mezcla datos de la memoria.
Hay algunos cuya presencia es más continua, menos cuántica, menos dada en emisión de paquetes discretos, discontinuos como la energía y su modo de transmitirse.

Julio Cruz Bueno, ex – alcalde de Tuluá, Carlos Arturo García de la Pava (Batman, Supermán en la realidad); Óscar Londoño Pineda; los capitanes Arbeláez y Rodríguez, de la policía tulueña; Alberto Porras y Jaime Gutiérrez, sediciosos torturados por el F2 de la época; el padre del evocador e hilvanador de los sucesos contados, Alfredo; Saulo Victoria Viveros, ex – rector del mitológico Gimnasio del Pacífico y Ramiro Devia Criollo, Paco Escobar Lozano, Fernán Muñoz Jiménez y otros, como el autor de esta nota, Gustavo Álvarez Gardeazábal  o un capo de capos de la región, aparecen de manera intermitente.
Es una novela experimental que recuerda el cuento “La tercera resignación”, de Gabriel García Márquez, donde se narra la sucesión de tiempos que arrojan al sujeto a la muerte. El gran tema de la muerte permite un decurso temporal que se va generando por tramos de personajes, de tal modo que la acción externa se puede reconstruir por la acumulación de los momentos interiores y de modo paralelo o simultáneo son los momentos interiores los que revelan la inmediatez de la vida de los personajes.
Como toda novela escrita para aportar, para no ser igual a otras en el qué y en el cómo, en el contenido o la forma, admite esta novela primeriza y valiosa del abogado tulueño, varios rangos de lectura. Para algunos será la novela sobre la gran huelga del Gimnasio del Pacífico, legendario colegio de Tuluá. Para otros, las anécdotas sobre rameras, homosexuales o narcotraficantes.
Por ello, se cierra sobre sí, como la cobra que se muerde la cola y genera círculos que lentamente se hacen concéntricos. Cuidada edición y mucho control de ortografía añaden a su valioso contenido y presentación, un ingrediente olvidado ya en los libros actuales, donde la orto-sintaxis poco importa como poco importan las inexactitudes culturales de los textos. La única falencia cultural del libro es llamar cuerdas bucales a las cuerdas vocales.
Por lo demás, esta narración de 227 páginas es la expresión de la inquietud intelectual de un estudioso de la Constitución colombiana.

TULUEÑERÍAS ASTILLAS DE MADERA CAICEDO

Por: Daniel Potes Vargas 
Fue cuando le dijo a donde Pedro Sánchez, erudito profesor de Historia de Colombia, uno de los pocos docentes que tenía el privilegio de dormir en el Gimnasio del Pacifico clásico, que era muy desaliñado para vestirse “Don Pedro, de dónde saca Ud tanta ropa sucia para cambiarse cada día”, que comprendieron que Luis Ignacio sería Madera. Madera porque se daba la paliza  con fútbol, baloncesto, atletismo y voleibol. Corría al lado de Henry Victoria, Ansemo, de Ciro Morán Materón y del borrachito Padilla. A Chepe Álvarez Fidalgo, a don José María el aritmético, le dejaron caer un taburete sin asiento que le llegó hasta la cintura y lo dejó sin letras y sin números con ese aro. 
Séptimo de ocho hermanos, este hijo de Augusto Nicolás Caicedo Lozano y de la tulueñísima Ana Isabel Gómez Ayala estudió en el San Juan Bosco cuando los salesianos regaban el cuento del sacerdote sin cabeza que andaba por pasillos y salones y querían asustar a los hijos díscolos de Santo Domingo Savio. Padre de Carlos Augusto, es gimnasiano de tiempo completo y forma parte de su leyenda dorada, al lado de Cacaraca y Argemiro Potes Correa, el acordeonista de ojos verdes. Este esposo de Luz Alcira Trujillo Betancourt, se licenció en Educación Física, Recreación y deportes en la Uceva, cuando era Jefe de Departamento  el arquitecto y gastrónomo Carlos Alberto Potes Roldán. Ellos pestañeaban cuando doña Collette, con su español de Montpellier le gritaba a Monsieur, “Arturo, los muchachos se entran por la verga”, y ella quería decir verja. Cuando Boquetarro  Becerra, Calzones Victoria y otros traviesos de oro se llevaron la alfombra roja de los actos solemenes del Gimnasio y la cambiaron por licor y rameras en una casa de lenocinio de Buga, Madera ayudó a encontrarla con el poeta Paco Escobar Lozano. Se aterraba cuando Octavio Gardner comentaba que su hermano Emilio era el bello, de gafas oscuras, alto y delgado. Cuando recordaban   a la Calavera Chillona no podía menos que sonreír ante el optimismo del erudito profesor de Biología.
Gimnasio de Sarmiento en la campana, de Camilo Riomalo en senos y cosenos y Fatiguita, el ilustre filósofo Antonio Hincapié explicando a Hegel o Platón. Y Madera sudando, trotando, encestando y haciendo reír a Chevo el batutero a ver si se le caía la vara directora. Tuluá de  oro antiguo  frente a este Tuluá de plomo y languidez.   

TULUEÑERÍAS

Harold a su regreso de méxico

Por: Daniel  Potes Vargas 

Quien primero lo vio así, barrigón, con bigote zapatista, con mostacho de la revolución y un sombrero de sesenta centímetros de diámetro, fue Vagi Lobo. Estaba en trance de abandonar su disfraz de oveja. Sacaba el Vagimóvil de la vagicueva y se disponía a pasar revista a la caperucillas del poblado. En Centroaguas lo vieron y metieron el grito las muchachas. María Eugenia y Claudita, las inesperables sol y luna, no pudieron con la risa al ver que la ventripotencia de Haritold era una almohada ecuatorial y el bigote era un adhesivo de las mejicanerías. El manito confesó rápido que amaba más a Tuluá que a la Riviera Maya y que prefería el aguardiente de su tierra al feroz  tequila de los manitos. Vagilobo lo resumió todo al decir, “invitemos al Nelson Gómez y nos vamos a El Viril”. Así se hizo. Entre patacones y copas de carretillero zanjaron la diferencia entre el Harold sin bigote de Pancho Villa y el disfraz  dudoso del Vagilobo que no aullaba ni con la luna llena. En Centroaguas pronto pasó el miedo y reinó de nuevo la sonrisa inmortal de la Claudita.

DICHOS de Hernán Moreno Ortiz

Cuando veía un papá muy serio levantando el índice en señal de amonestación y le decía al niño “hijo, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, Hernán esperaba, como buen pediatra, a que se fuera el padre y le decía al niño “hijo, eso es puro cuento del viejo. La frase real es: no hagas hoy lo que puedes hacer mañana”.
En su biblioteca tenía un aviso drástico que decía “No presto libros porque los que hay aquí me los prestaron.” Y esperaba la reacción del que pedía libros prestados.
Finalmente comentaba que  no se casaba porque una mujer para casarse con un tipo como él debía estar loca y él con locas no se iba a casar. Buen humor sin olvidar la frase de Gilbert Keith Chesterton, “loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón.”

Tulueñerías Pre-electorales

Por:Daniel Potes Vargas

Razón tuvo El Tabloide al decir que al paso que vamos habrá más candidatos que electores hay en Tuluá. Eso sería único en el mapa de los municipios de Colombia. En Tuluá habrá más caciques que indios. Hay desbandada de renuncias; renuncian concejales, secretarios del gabinete, entran personajes típicos y al paso que vamos Carecartón y Limón viejo formarán parte de ese elenco que promete ser circense en algunos matices.
Marcelino Ayala Ocampo, ya amenazó con que iría hasta el final. Aquellos que saben que es más fácil que dos más dos sean cinco, no sienten el menor rescoldo del sentido del ridículo o el menor temor de hacer el oso y siguen adelante en su locura. ¿Con qué fin, negociar, hacer transacciones? Lo cierto es que habrá de todos los pelambres  géneros e ideologías. ¿Qué miel va  untada a esa silla de San Bartolo que atrae a tanta abeja y abejorro? Averígüelo Vargas, por lo que Potes. 

Pacho Vargas Rebolledo, Juan Carlos y Memín
Parece una mezcla extraña pero es histórica. Francisco Vargas Rebolledo, hijo del antiguo terrateniente de Andalucía Luis Vargas, era de cara colorada, muy liberal y aguardientero. Tenía unas manos enormes, como de oso de la carrera treinta. Era muy buen amigo pero capaz de dar a un impertinente un puñetazo que lo dejara privado un corto tiempo. Padre de Juan Carlos Vargas Romero, Pacho fue una leyenda en el gremio transportador de su época tras haberse dado la gran vida como hijo consentido del rico poseedor de tierras.
Juan Carlos es líder comercial, deportista y amante de hacer bromas a algunos amigos, entre ellos el célebre y legendario Memín.
Le advirtió y le recomendó a su empleado de color que no se metiera a las pirámides porque eso era un “camello” pero no del desierto sino de la quiebra.
Memín desobedeció la comercial sugerencia e hizo caso omiso de las juancarlífera advertencia y se afilió a la montaña tumbadora de David Murcia Guzmán, que lo dejó sin un peso ni un pelo y con la mujer a punto de sacarlo de la casa por andar escuchando bobadas. Total, una línea que creció entre las palmeras y los tangos de la 30, Juan Carlos y su prosperidad y al fondo, como telón, Memín y sus disparates de desobediencia. Tres personas distintas y una alegría verdadera. 

Tuluáwood y Harold Adolfo Urcuqui Rueda

Por: Daniel Potes Vargas

Se ha hablado de la Escuela jurídica de Tuluá. También se habla ahora de una sucursal de Caliwood. Cali y el Valle han tenido exuberancia de vetas cinematográficas. Luis Ospina, Carlos Moreno, son sólo algunos de los vallecaucanos que han hecho cine de calidad.
Tuluá tiene a Carlos Palau que hizo “A la salida nos vemos”, “Hábitos sucios” y “El paraíso en el Valle”.
Un tulueño, Harold Adolfo Urcuqui Rueda, ve en Andy Báez un cineasta bien enfocado porque considera que falta mucho por evidenciar con lo documental  y exaltar estéticamente la realidad.
La visión cuántica de la física, que funciona en la energía con paquetes discretos de emisión, con emisiones discontinuas, la proyecta al cine. Nada de esclavitud con el tiempo lineal, nada con la narración, por compleja que sea. El indeterminismo reina aquí, como en la visión de Nietzsche. Nada es causal, nada es causa o efecto de algo sino coexistencia de factores en el universo probabilístico y estocástico. Más que el qué, importa el cómo. Más que la esencialidad temática o argumental, importa crear sensaciones.
Tuluá es un océano anecdótico, basta filmar sin esqueleto o columna vertebral que ordene y domestique tiempo y espacio. Si todo vibra, si todo cambia, se forman las mallas que dan apariencia de realidad cuando en el fondo sólo hay niveles de intercambio orbital. El video arte busca no narrar y aunque el tema de la violencia en Tuluá, estigmatizante y constante en la ciudad, lo atrae, Urcuqui considera que brota el miedo como sensación, en una generación polifónica y polisensorial.
Aunque hay gramática del cine, aunque hay semiótica de la imagen, Urcuqui  con Horum, mostró y demostró que la causalidad,  que el no determinismo rige el orbe del cine y  la materia-energía. Hay que buscar cineastas polivalentes que armen la música, la edición y por qué no, la publicidad del trabajo. Si la literatura remite al final hacia lo audiovisual, no se debe olvidar que el cine es el lenguaje de la imagen. Casi todo es audiovisual, recordando  que el cine es el lenguaje de la imagen. Todo es cinematografía. 
Ramiro Meneses  le premió un trabajo al tulueño que piensa con estructura de cine y no sólo en cine. Buscar la dinámica de lo estático es el futuro y el núcleo de los trabajos de este tulueño que admira a Andrés Caicedo  y Martín Scorsese. 
Harold Adolfo, el hijo de Harold y Aleida,  egresado de la Santiago de Cali, busca un lenguaje sólido y desarrollado para llevar al cine la extraña alucinación de su ciudad natal.
El proceso creativo de las obras de cine no se debe interrumpir porque salen frutos extraños y de calidad cuestionable, porque como él dice, todo es cine y esa estructura es muy delicada y se rompe como cualquier factor. Trabaja su obra Miedo este tulueño que evita la carencia volitiva (¿Schopenhauer?) y las comedias de situación. Autor de piezas audiovisuales que comienzan a ser comentadas en los medios pertinentes, Harold Adolfo ha trabajado más el formato del teatro y fue actor del teatro Calicalobozo. Sin teoría no hay práctica y sin práctica no hay avance. 



Urcuqui veringo

Fue para un viernes santo. Franklin Alférez se sentía deprimido ante la estatura de Nicolai, frente al cual quedaba como Benitín frente a Eneas. Habían libado y dieron en apostar a ver cuál de los miembros de la barra era capaz de dar la vuelta a la manzana en un cierto tiempo, muy corto.
Harold Urcuqui Guzmán, que según Edgar Bravo vendía sustancias uribistas, ya tenía panza de cardenal. Tardó demasiado en la pirueta atlética y lo hicieron sufrir porque al estar desnudo y a la intemperie, las nalgas se le congelaban. Venían las beatas rezando rosarios a mansalva y dando camandulazos a diestra y siniestra. El boticario lloró, chilló, prometió y dio lora, pero no le abrían. Cuando afirmó que Franklin era más alto que la atracción circense, lo dejaron entrar y dejó de padecer. Fue cuando se hizo santista.

La retahíla de Ceballos 
La Paremiología es el estudio analítico e interpretativo de los refranes y los dichos. Pachito Ceballos Dávila, fue un personaje popular en Tuluá. Se hizo legendario por su rapidez mental para responder a cuanta pregunta difícil o inoportuna le formulaban.
Cuando la policía, por molestarlo, le decía “papeles”, él respondía “¿qué van a envolver?”.
Cuando le decían, “cédula”, él respondía “¿qué van a empeñar muchachos?”.
Finalmente cuando le decían “acompáñenos”, Ceballitos contestaba “¿con qué, con tiple o con guitarra?”.
También solía responder a esta última invitación con la frase “¿Es que les da miedo andar solos, mariposos? Cómprense un perro”.
Hubo otros ciudadanos célebres por la relampagueante velocidad de sus respuestas. Entre ellos el pediatra Hernán Moreno Ortiz. Pero será tema de otra nota.

Tulueñerías: La marihuana de un defensor del pueblo

Con ocasión de las alegrías fluviales de Gustavito alcalde, que se arrojaba con el entrañable Carlos Melo a las aguas pardas y frías del río Tuluá en neumáticos, tras hacerlo represar  a cierta altura para que abultara su volumen acuático, Fabio Ríos Murillo se paraba en una de las orillas. Desde ese costado oriental y cerca de su taller de piezas de segunda para autos, veía el desfile jolgorioso del burgomaestre y su secretario inefable mientras escuchaba los ruidos de otra dimensión. Era Gustavito adelantado al tiempo, usando los paquidermos del circo de los Hermanos Gasca para subirse a sus lomos y desfilar como un Sandokán de mentiras. Al paso de los enormes proboscídeos, Gustavito se divertía, es decir, daba doble versión como dicen los filólogos. Todo esto es una ciudad donde no hay correctores de pruebas sino corruptores de las mismas, donde no hay levantadoras de texto sino sepultadoras de los mismos. Mientras más mouse hay en este pueblo, rebaja el índice de la ortografía y las sintaxis. Todo lo cambian, todo lo quitan y ponen a su arbitrio. El río de Ríos y las colmilludas y tromponas bestias del Circo que cabalgaba Gustavito con euforia y frenesí, son símbolo de lo mágico pero también de lo bello de nuestra extraña y alucinante, alucinada e irrepetible ciudad. Si en Escocia está el monstruo del Lago Ness, en Tuluá hay el monstruo del lago Chillicothe. Si en los salesianos está el cura sin cabeza que recorre los pasillos de los osarios y del colegio, en Tuluá hay la monja que se baja de un taxi para asistir a sus funerales. Así andamos, sin dejar de andar. 

La marihuana de un defensor del pueblo
Toda historia tiene su pre-historia y toda adultez tiene su juventud, así como cada juventud tiene su semilla de niñez. Jesús Antonio Aguilera Marín, flamante defensor del pueblo en Tuluá y fértil litigante en su ciudad, cuando estudiaba el bachillerato en el mítico Gimnasio del Pacífico era poco rendidor en matemáticas. Los senos suyos no eran Alfa o Beta, sino los de su noviecillas de entonces. 
Se enteró de que quien rendía más en trigonometría se fumaba unos “plones” antes de entrar a clase y obtenía las más altas  calificaciones en los exámenes. Fue saberlo y hacerlo. Fumó una vez un cigarrón tipo clarinetero de yerba verde y rubia. Cogió una borrachera de padre y señor mío. Con vómitos y diarrea debió ser trasladado a la enfermería, donde el médico Bustamante lo sacó de esa galaxia de alucinación. Hijo de una familia donde abundaban los varones, aprendió que la semilla no alimenta igual al gavilán que al cucarachero. Hoy coge hojas, pero de códigos y otras taxonomías jurídicas. 

TULUEÑERÍAS: Agonía de un adolescente

En esta primera novela que entrega el constitucionalista Jairo Ramos Acevedo, se echa mano del recurso del monólogo. Ello parte de una base  que Ángel Rama comentó a propósito de “La hojarasca” de Gabriel  García Márquez. Por más inconexo que parezca el monólogo, implica o significa el establecimiento de una nueva realidad que es la única segura, aquella que se produce en la conciencia humana, en la fábrica del conocimiento.
Al igual que “Mientras agonizo”, de William Faulkner, se reinventa y cuenta la realidad para que coincida en su desarrollo cronológico con la actividad de la conciencia del sujeto que evoca.
Al ser una obra hecha con los escombros de la memoria de un muerto, la realidad se temporaliza de un modo caótico como caótica es la vida de la conciencia cuando está activa o como desordenado es el material de los sueños.
No hay personajes constantes, excepto la voz del yo del muerto que describe su descomposición y fetidez a medida que mezcla datos de la memoria.
Hay algunos cuya presencia es más continua, menos cuántica, menos dada en emisión de paquetes discretos, discontinuos como la energía y su modo de transmitirse.
Julio Cruz Bueno, ex alcalde de Tuluá, Carlos Arturo García de la Pava (Batman, Supermán en la realidad); Óscar Londoño Pineda; los capitanes Arbeláez y Rodríguez, de la policía tulueña; Alberto Porras y Jaime Gutiérrez, sediciosos torturados por el F2 de la época; el padre del evocador e hilvanador de los sucesos contados, Alfredo; Saulo Victoria Viveros, ex rector del mitológico Gimnasio del Pacífico y Ramiro Devia Criollo, Paco Escobar Lozano, Fernán Muñoz Jiménez y otros, como el autor de esta nota, Gustavo Álvarez Gardeazábal  o un capo de capos de la región, aparecen de manera intermitente.
Es una novela experimental que recuerda el cuento “La tercera resignación”, donde se narra la sucesión de tiempos que arrojan al sujeto a la muerte. El gran tema de la muerte permite un decurso temporal que se va generando por tramos de personajes, de tal modo que la acción externa se puede reconstruir por la acumulación de los momentos interiores y de modo paralelo o simultáneo son los momentos interiores los que revelan la inmediatez de la vida de los personajes.
Como toda novela escrita para aportar, para no ser igual a otras en el qué y en el cómo, en el contenido o la forma, admite esta novela primeriza y valiosa del abogado tulueño varios rangos de lectura. Para algunos será la novela sobre la gran huelga del Gimnasio del Pacífico, legendario colegio de Tuluá. Para otros, las anécdotas sobre rameras, homosexuales o narcotraficantes.
Por ello, se cierra sobre sí, como la cobra que muerde la cola y genera círculos que lentamente se hacen concéntricos. Cuidada edición y mucho control de ortografía añaden a su valioso contenido y presentación un ingrediente olvidado ya en los libros actuales, donde la ortosintaxis poco importa como poco importan las inexactitudes culturales de los textos. La única falencia cultural de libro es llamar cuerdas bucales a las cuerdas vocales.
Por lo demás, esta narración de 227 páginas es la expresión de la inquietud intelectual de un estudioso de la Constitución colombiana.

Tulueñerías: Oficios y de espejos de un Decano Poeta

Fue la polaca Wislawa Szymborska la que con ocasión de recibir el premio Nobel de Literatura en 1995 y, hablando de los poetas, dijo: “ellos tendrán siempre trabajo porque este mundo no es  obvio y la visión del poeta es de asombro”.
El jurista y pintor nariñense Harold Mora Campo, levantado en las canículas tulueñas que lo hacen hijo adoptivo de un poblado con cerro tutelar  y río de aguas pardas, frías y milenarias, entrega a la comunidad lectora su primer texto poético.
Ser poeta no es una profesión. El filósofo, al menos puede decir que es profesor de Filosofía para atenuar la ansiedad. Ser poeta es algo que debe brotar de una dignidad presentida y defendida. Dice la escritora que conoció a Josef Brodsky y sólo en él halló, en ese premio Nobel ruso, a alguien que decía que era poeta con desenvoltura desafiante y sin conflictos internos.
Ahora que se habla de portales a otros mundos, el espejo es un símbolo de ese cruce.
El matemático y novelista británico Lewis Carroll escribió Alice in Wonderland, pero también Alicia a través del espejo. Según Borges el espejo debe ser odiado porque reproduce la infamia esencial del hombre, al igual que lo hacen las mujeres. No sólo es ver delante del espejo sino ser capaz de imaginar el mundo, el asombro esencial detrás de él y no olvidar que los vampiros sufren por no poderse reflejar en su superficie.
Poblar el mundo de espejos es especular, que en Filosofía es usar el speculum, el cruce, brote y rebrote de figuras. Es el laberinto de la línea recta. Harold, Decano de la Facultad de Derecho de la Uceva, pergeñó aquí los renglones alígeros y polisémicos del verso.
Y siempre, como dice la Szymborska, no es fácil explicar algo a los demás, cuando ni el mismo poeta sabe o comprende bien aquello que escribió en un rapto y en un rato de inspiración. Polisémica e inasible, la poesía escapa a definiciones. Vuela o parece volar pero está quieta en la inmensidad de su propia línea de misterio. Otra forma de acceder al símbolo del universo, aquí está en los versos del Decano y del pintor que de Nariño vino a amar a Tuluá. He aquí su conjuro, el sortilegio escénico de Teatro íntimo.

Tulueños destacados

Por: Daniel Potes Vargas.

Fabio Ríos Murillo
Este hijo de Miguel Ríos y María Murillo, nació en la tierra de los chorizos de calidad y donde se rinde culto a las araucarias, en Santa Rosa de Cabal-Risaralda, nació este quinto de siete hermanos. En familia de tres hermanos y cuatro hermanas el quinto es rey. Gimnasiano, estudió su primaria en La Marina. Fabricante y comerciante de confecciones, considera que lo mejor de Tuluá es su rio y, desde luego, su gente. El tulueño es abierto y de buen humor para él, que fue concejal en la administración de Gardeazábal.
A los doce años, mientras otros niños juegan, él manejaba máquinas y jineteaba los caballos de La Marina. Corría viendo colinas verdes y sintiendo el viento a galope de los equinos de La Platina, siempre en competición acezante y sudada. Aficionado al cambalache como paisa legítimo, vendía y cambiaba telas por gallinas y en fincas hacía trueque de café por mercancías. En las ferias de La Marina, al lado de viejas argollas y portones hacía honor a su espíritu mercurial. Esposo de Amanda García, hogareña y dama por tradición, recuerda que manejar las máquinas del Cine Cortázar del legendario corregimiento de Tuluá, lo hizo activo y piloso como un grillo llanero. Sus días de vendedor en el barrio Rojas son tan lejanos y cercanos como los saludos que él arrojaba al novelista Gardeazábal cuando pasaba con Melo en los neumáticos que los hacían navegar desde el sur hasta el centro de la ciudad en las aguas pardas, frías y milenarias del Tuluá. 
Fue dueño de El Coso, de cuyos predios sacó a mucha gente indeseable, esa experiencia como vendedor con cajón o chaza lo hizo sensible socialmente, Es padre de Jorge Mario y de Luz Adriana. Esta última, con su esposo Carlos Arturo Gallardo, el hijo del legendario Mango, vinculada profesionalmente a   Íntegra. Igualmente de Fabio Andrés y Cesar Augusto. Venido al mundo 1942, conserva el buen humor y la memoria exacta de anécdotas de su vida. 
Fabio, como el río, su vecino, es toda una corriente de energía vital. Llegado a Tuluá en 1952, conoce a su ciudad y sus gentes mejor que mucho raizales. Casi siempre resulta, explorando orígenes, que la mayoría de tulueños lo son de adopción más que de nacimiento.