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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

TULUEÑERÍAS: Fernando González Ochoa y Nachito Cruz Roldán en el Consulado de Marsella Por: Daniel Potes Vargas

En 1.895 nació en Envigado, el filósofo Fernando González Ochoa. Casado con Margarita Restrepo, hija del ex presidente Carlos Eugenio Restrepo, tuvo a Álvaro, Ramiro, Pilar y Simón. Este último sería el legendario gobernador (intendente) de la isla de San Andrés. Fernando moriría en su natal Envigado, llamado así por las numerosas casas con muchas vigas.
Dos libros suyos, Don Mirócletes y Salomé, hablan de su paso por el Consulado de la ciudad francesa que fue tema literario de Emile Zolá. Fue cónsul de Colombia entre 1.932 y 1.934 y en su libro El Hermafrodita dormido, ridiculizó al gobierno de Mussolini, el cual sugirió a su homólogo colombiano  que dejara sin empleo al alborotado antioqueño que con los años sería el padre espiritual de los nadaìstas. En Don Mirócletes, habla de cómo en su fetichismo el personaje husmeaba y succionaba la humedad de unos interiores recién colgados en el alambre del patio trasero del consulado. Eran los famosos calzones de Tonina.
Con los años, un ilustre tulueño y entrañable líder del partido liberal, el bacteriólogo Ignacio Cruz Roldan, hijo del poeta Aquileo Cruz Victoria, con su lenguaje desenfadado de orejón inmarchitable y enterado de la fetichista situación de su antecesor en el Consulado donde él también fue nombrado y conociendo el tema de las bragas de Tonina, dijo: “Tanta joda por unos cucos, carajo”.

Pacho Vargas Rebolledo, Juan Carlos y Memín.
Parece una mezcla extraña pero es histórica. Francisco Vargas Rebolledo, hijo del antiguo terrateniente de Andalucía Luis Vargas, era de cara colorada, muy liberal y aguardientero. Tenía unas manos enormes, como de oso de la carrera treinta. Era muy buen amigo pero capaz de dar a un impertinente un puñetazo que lo dejara privado un corto tiempo. Padre de Juan Carlos Vargas Romero, Pacho fue una leyenda en el gremio transportador de su época tras haberse dado la gran vida como hijo consentido del rico poseedor de tierras.

Juan Carlos es líder comercial, deportista y amante de hacer bromas a algunos amigos, entre ellos el célebre y legendario Memín.
Le advirtió y le recomendó a su empleado de color que no se metiera a las pirámides porque eso era un “camello” pero no del desierto sino de la quiebra.
Memín desobedeció la comercial sugerencia e hizo caso omiso de las juancarlífera advertencia y se afilió a la montaña tumbadora de David Murcia Guzmán, que lo dejó sin un peso ni un pelo y con la mujer a punto de sacarlo de la casa por andar escuchando bobadas. Total, una línea que creció entre las palmeras y los tangos de la 30, Juan Carlos y su prosperidad y al fondo, como telón, Memín y sus disparates de desobediencia. Tres personas distintas y una alegría verdadera.