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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

TULUEÑERÍAS: Agonía de un adolescente

En esta primera novela que entrega el constitucionalista Jairo Ramos Acevedo, se echa mano del recurso del monólogo. Ello parte de una base  que Ángel Rama comentó a propósito de “La hojarasca” de Gabriel  García Márquez. Por más inconexo que parezca el monólogo, implica o significa el establecimiento de una nueva realidad que es la única segura, aquella que se produce en la conciencia humana, en la fábrica del conocimiento.
Al igual que “Mientras agonizo”, de William Faulkner, se reinventa y cuenta la realidad para que coincida en su desarrollo cronológico con la actividad de la conciencia del sujeto que evoca.
Al ser una obra hecha con los escombros de la memoria de un muerto, la realidad se temporaliza de un modo caótico como caótica es la vida de la conciencia cuando está activa o como desordenado es el material de los sueños.
No hay personajes constantes, excepto la voz del yo del muerto que describe su descomposición y fetidez a medida que mezcla datos de la memoria.
Hay algunos cuya presencia es más continua, menos cuántica, menos dada en emisión de paquetes discretos, discontinuos como la energía y su modo de transmitirse.
Julio Cruz Bueno, ex alcalde de Tuluá, Carlos Arturo García de la Pava (Batman, Supermán en la realidad); Óscar Londoño Pineda; los capitanes Arbeláez y Rodríguez, de la policía tulueña; Alberto Porras y Jaime Gutiérrez, sediciosos torturados por el F2 de la época; el padre del evocador e hilvanador de los sucesos contados, Alfredo; Saulo Victoria Viveros, ex rector del mitológico Gimnasio del Pacífico y Ramiro Devia Criollo, Paco Escobar Lozano, Fernán Muñoz Jiménez y otros, como el autor de esta nota, Gustavo Álvarez Gardeazábal  o un capo de capos de la región, aparecen de manera intermitente.
Es una novela experimental que recuerda el cuento “La tercera resignación”, donde se narra la sucesión de tiempos que arrojan al sujeto a la muerte. El gran tema de la muerte permite un decurso temporal que se va generando por tramos de personajes, de tal modo que la acción externa se puede reconstruir por la acumulación de los momentos interiores y de modo paralelo o simultáneo son los momentos interiores los que revelan la inmediatez de la vida de los personajes.
Como toda novela escrita para aportar, para no ser igual a otras en el qué y en el cómo, en el contenido o la forma, admite esta novela primeriza y valiosa del abogado tulueño varios rangos de lectura. Para algunos será la novela sobre la gran huelga del Gimnasio del Pacífico, legendario colegio de Tuluá. Para otros, las anécdotas sobre rameras, homosexuales o narcotraficantes.
Por ello, se cierra sobre sí, como la cobra que muerde la cola y genera círculos que lentamente se hacen concéntricos. Cuidada edición y mucho control de ortografía añaden a su valioso contenido y presentación un ingrediente olvidado ya en los libros actuales, donde la ortosintaxis poco importa como poco importan las inexactitudes culturales de los textos. La única falencia cultural de libro es llamar cuerdas bucales a las cuerdas vocales.
Por lo demás, esta narración de 227 páginas es la expresión de la inquietud intelectual de un estudioso de la Constitución colombiana.

Tulueñerías: Oficios y de espejos de un Decano Poeta

Fue la polaca Wislawa Szymborska la que con ocasión de recibir el premio Nobel de Literatura en 1995 y, hablando de los poetas, dijo: “ellos tendrán siempre trabajo porque este mundo no es  obvio y la visión del poeta es de asombro”.
El jurista y pintor nariñense Harold Mora Campo, levantado en las canículas tulueñas que lo hacen hijo adoptivo de un poblado con cerro tutelar  y río de aguas pardas, frías y milenarias, entrega a la comunidad lectora su primer texto poético.
Ser poeta no es una profesión. El filósofo, al menos puede decir que es profesor de Filosofía para atenuar la ansiedad. Ser poeta es algo que debe brotar de una dignidad presentida y defendida. Dice la escritora que conoció a Josef Brodsky y sólo en él halló, en ese premio Nobel ruso, a alguien que decía que era poeta con desenvoltura desafiante y sin conflictos internos.
Ahora que se habla de portales a otros mundos, el espejo es un símbolo de ese cruce.
El matemático y novelista británico Lewis Carroll escribió Alice in Wonderland, pero también Alicia a través del espejo. Según Borges el espejo debe ser odiado porque reproduce la infamia esencial del hombre, al igual que lo hacen las mujeres. No sólo es ver delante del espejo sino ser capaz de imaginar el mundo, el asombro esencial detrás de él y no olvidar que los vampiros sufren por no poderse reflejar en su superficie.
Poblar el mundo de espejos es especular, que en Filosofía es usar el speculum, el cruce, brote y rebrote de figuras. Es el laberinto de la línea recta. Harold, Decano de la Facultad de Derecho de la Uceva, pergeñó aquí los renglones alígeros y polisémicos del verso.
Y siempre, como dice la Szymborska, no es fácil explicar algo a los demás, cuando ni el mismo poeta sabe o comprende bien aquello que escribió en un rapto y en un rato de inspiración. Polisémica e inasible, la poesía escapa a definiciones. Vuela o parece volar pero está quieta en la inmensidad de su propia línea de misterio. Otra forma de acceder al símbolo del universo, aquí está en los versos del Decano y del pintor que de Nariño vino a amar a Tuluá. He aquí su conjuro, el sortilegio escénico de Teatro íntimo.