Hijo del boyacense Marco Aurelio Ramírez Sierra y de la tulueña con raíces costeñas, Olga María Álvarez Guzmán, este ilustre arquitecto tiene unas ideas muy claras sobre la función simbólica y ritual de la arquitectura.
Padre de Catalina, Juan Pablo (arquitecto como él) y Andrés Felipe Ramírez Osorio, este Jefe de Planeación Municipal, en la administración del arquitecto Carlos Alberto Potes Roldan, es partidario de elaborar la lista de los hitos arquitectónicos de Tuluá, una ciudad que ha tenido poca suerte con su clase dirigente en el sentido de preservar sus valores de construcción pública como símbolos de épocas históricas. Considera que Andrés Martínez Sandoval es el arquitecto que mejor ha racionalizado el espacio de construcción en Tuluá. Rodolfo tiene dos nietas, María Paula y Belén y estudió su primaria en la escuela Jesús Maestro, Antonio González y en la Concentración de quintos. Su bachillerato lo cursó entre el Gimnasio del Pacífico y el San Juan Bosco.
Arquitecto de la Universidad Nacional de Manizales, estudió cuando era alumno allí otro tulueño Camilo Torres Arana y se llamaba a la Universidad El cable, porque allí concluía el cable aéreo que venía de Mariquita, Tolima.
Embelleció con Potes Roldan el costado oriental del parque del lago Chillicothe y opina que es vital levantar un inventario o relación de las construcciones emblemáticas de Tuluá. La arquitectura de una ciudad, pública y privada, es un reflejo de su cultura y no sólo de su dinero, de su presupuesto. Los mejores en- claves de este tipo son hoy parqueaderos. Hace muchos años publiqué un artículo llamado Tuluá garaje. Y parece que eso hoy más que nunca es apodíctico. Rodolfo ama el paisaje de su patria y no cambia pasar una noche en hamaca en el Cabo de la Vela por una habitación sofisticada, aunque ésta sea también valiosa. Tanta gente con mucho dinero y no conoce ni los referentes primarios del paisaje de su país parece decir este arquitecto ilustre, esposo de Ivonne Toledo.