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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Jairo Gallego Álvarez

Por: Daniel Potes Vargas 

Jairo es hermano de Orlando, el concejal que dice que hay políticos en Tuluá tan terribles que fuman debajo de la piscina. Estudió su primaria en la escuela Tomás Uribe Uribe y su bachillerato en el colegio Céspedes, cuando era rector el físico Rodrigo Guzmán Dávila. En RCN tuvo el programa “Que viva la parranda” y actualmente es el gerente de la Voz de los Robles, mitológica emisora Tulueña. 
Es hijo de Jorge Iván Gallego Correa y de María Aurora Álvarez Hoyos.
Es el cuarto de seis hermanos de una familia con raíces en Jercicó-Antioquia. Fue reportero gráfico de El Universal, de Cartagena y hermano del mono Norberto Gallego, fotógrafo de la cotidianidad tulueña. No aspira al poder público porque ama la tranquilidad y en ello hay algo de sapiencia.

Carlos Muriel Rojas

Por: Daniel Potes Vargas 

Aunque las uvas están verdes todavía y nada hay seguro para la alcaldía y Concejo de Tuluá, por vez primera se ve algo insólito en esta alucinante ciudad. Ya hay más caciques que indios. Tanto jefe no sabe de dónde saldrán soldados para votar por ellos. Carlos Muriel es de Alcalá, Valle y allí, en su tierra natal fue concejal por el movimiento Alianza democrática del M-19.
Es hijo de Benicio Muriel Buriticá y de Luz Élida Rojas Toro.
Es el cuarto de once hermanos. Estudió su primaria en la escuela Santo Tomás de Aquino y su bachillerato en la Concentración Agrícola, ambas instituciones educativas de Alcalá. Es técnico en obras civiles y hace política desde que se conoce. Lleva 25 años en Tuluá y conoce sus problemáticas y eventuales  soluciones. Es un político sin jefe, aunque se lleva bien con todos los jefes políticos de Tuluá. Es luchador denodado por su causa. Tiene dos hijos: Luis Javier Muriel Taborda, que estudia Ingeniería civil en Panamá, y Jenny Vanessa, que cursa su último año de medicina en Cuba. 
Cree que la implementación de canchas múltiples en las zonas más socio-deprimidas de Tuluá ayudaría a resolver parte de algunos problemas de esta ciudad en materia social, como la deserción escolar, la violencia entre pandillas y el consumo de alucinógenos. Muriel reitera su lucha por llegar al recinto de los 17.

Fernán y Paul Disnard

Por: Daniel Potes Vargas

Un día  llegó uno de tantos paquetes que envía Óscar Londoño Pineda a sus amigos de Tuluá. Desde Bogotá llegó la copia de un artículo de Eduardo Santa dedicado a Paul Disnard, de origen serbio-croata pero nacido en Santander de Quilichao, departamento del Cauca.

Cuenta Santa que en esa época en el Café Automático se reunían las tertulias literarias alrededor del aroma del café, el manoteo de los furibundos y la cortina de humo de los fumadores incorregibles. No había música y ello promocionaba las primicias del diálogo. Ahora los bares y tabernas tienen un volumen tan alto en sus músicas que se crea como un muro, como una tapia que impide que haya diálogo (conocimiento entre dos) y sólo haya monólogos al por mayor. Es como el discurso de los esposos, paralelos como las líneas del tren, cercanamente alejada, junto pero condenado a no cruzarse jamás. Sólo mono-logos, conocimiento entre sí.

Luego fue el Café de la Paz. Desde León de Greiff, con su barba leonina y su verbo neologista hasta Fernán Muñoz Jiménez, que en unión de Óscar Londoño Pineda, llevaba la representación del intelecto tulueño, todo era un conciliábulo de gramáticas, una Babelia de sordinas y conjugaciones. Ferocidades y paridades se daban cita en este café que de paz solo tenía el nombre.

Neftalí Ricardo Reyes fue luego Pablo Neruda. Neftalí Sandoval se llamó Paúl Disnard porque no soportó, como el chileno, el nombre mansalvero. Siempre firmó así este Sandoval, tío de José Manuel Sandoval, ex -comandante de las Fuerzas Áreas de Colombia, que vivió bohemia en Bogotá, escribió un libro sobre el imperio de los quilichaueños (Quilichao), se fue luego a Méjico para regresar a su útero terrestre, la tierra de su madre, en Belgrado. Trashumante de altas gitanerías, Paúl Disnard, es decir, Neftalí Sandoval de Santander de Quilichao, también llevó vida bohemia con el tulueño Fernán Muñoz Jiménez quien por esos días publicaba su novela sobre la violencia en Tuluá, Horizontes cerrados, con prólogo de Camilo José Cela (luego flamante Nobel) quien por esos días daba en Bogotá cátedra de vitalidad iconoclasta.