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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Gloria Mejía Henao

Por:  Daniel Potes Vargas

Óscar Londoño Pineda comenta que es necesario crear un consulado de tulueños en Tuluá porque ya hay más tulueños de adopción que de nacimiento. En especial hay valle - paisanos, antioqueños que han encontrado en la ciudad del botánico Juan María Céspedes, afecto, buen trato y progreso comercial y profesional. Entre ellos, marinillos o de Santuario, está Gloria Mejía Henao, nacida en Medellín. Hija de Ricardo Mejía Vélez, de Yarumal, y familiar de Epifanio Mejía, el autor de la letra del Himno a Antioquia.

Leonor Henao nacida en Santa Bárbara, cerca de Medellín, fue su progenitora. Nacida Gloria en una familia de seis hombres y seis mujeres, como en el número apostólico, llegó a Tuluá hace treinta años. Venida al mundo en 1960 lleva más de la mitad de su vida amando este municipio que la ve hoy como una tulueña más, tras haber sido modelo a sus 18 años en Medellín y haberse destacado en el baile del tango en su ciudad natal.

Asesora comercial en Tuluà, se siente mejor aquí entre calles y carreras de este municipio que entre las agitadas avenidas de su amada Medellín.


La Casa de don Agobardo Potes

Por: Daniel Potes Vargas

Las cosas y las casas se cuidan en el tiempo, no sólo en el espacio.  El verbo catalán curar  significa cuidar.  Un Curador como Carlos A. Escobar. Se preocupa por inventariar los patrimonios arquitectónicos de la vieja Villa.  Se salvan cuando ello es posible.  Pero otros fueron demolidos sólo en sus paredes, escombros y recintos.  Viven y perviven en la memoria, como la casona de don Agobardo Potes Vivas.  De dos plantas, era el remate natural de los llanos de Morales.  Cerca estaba el Charco de Los Encuentres, donde se juntaban aguas frías del Morales con aguas tibias de La Ribera.  Allí bañaron los Potes Lozano con Álvaro y Daniel a la cabeza.  Luego, los Potes Roldán.  El burro que tenía don Agobardo recibía de manos de Carlos Alberto, panela molida que aumentaba sus ardores genesíacos.  Muchas hembras eran parte de su corte amorosa.  Rebuznaba y los muchachos sabían qué hora era.  Jaime, Alfonso y Carlos Alberto colgaban sus cometas en medio de las ráfagas de agosto.  Las ataban a un alambrado para que volaran solas.  Y se iban a comer.  Allí sentían la frescura de la tarde y veían a parejas de tulueños y tulueñas que se amaban cerca de coclíes, de tortugas pequeñas y árboles de Júpiter.  Eran otros días hacia los cuales se navega con el pastelillo  de Proust, con el bizcocho de la memoria dulce.  Es mejor muchas veces que la caliente realidad.