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Daniel Potes Vargas

OPINIÓN

Tulueños Destacados Edición 587

Jorge Isaac
Urriago Solano

El impresionismo fue una escuela. Leroy, crítico de arte, acuñó el vocablo hacia 1874 para referirse a un cuadro de Monet, impresión, salida de sol. Más que intentar reflejar la realidad, querían sus pintores reflejar, de manera sutil, la impresión que causaba en la sensibilidad de ellos, la realidad misma. Buscaban que la luz, el color y el espacio generaran impresiones simultáneas, no separadas. Así vieron al mundo, a Francia y a París. En Tuluá, a muchos kilómetros de la mítica Lutecia, Jorge Isaac Urriago Solano, que nunca quiso firmar sus trabajos con su apellido sino con su nombre, hacía lo propio con la bella y extraña Tuluá. Casado con Marina Padilla, es padre de Fernando, Luz Marina, Jorge Hermán, Isabel Cristina y Carlos Alberto, que vive en Australia; y Antonio José. Jugó fútbol hasta los 80 años y practicó ese deporte en La Planeta, con Carlos Holmes Trujillo García en su juventud. Allí jugaban descalzos. Jorge tenía la biblioteca más costosa y valiosa sobre impresionismo que había en el Valle del cauca.
Fue el extraordinario Alfred Sisley, impresionista mayor de la tribu pictórica, el que mereció más su estudio y atención. Quiso reflejar a Tuluá no tanto como era sino como él la veía en sus trazos estudiados de Monet, Manet, Pissarro, Renoir, Degas y limitó sus colores a los del espectro solar. Callado, como sabio de su planeta y pincel, Urriago Solano hizo un inventario de los rincones mágicos de Tuluá. Disciplinado y amante de la calidad pictórica, dejó ejemplo como padre amoroso y ciudadano correcto en su ciudad. Abogado y docente, Jorge será un capítulo inolvidable del arte de Tuluá. Sus paisanos lentamente se darán cuenta del inmenso amor que puso en el mundo de la pintura como exaltación estética y trasnformadora de la realidad. De cerca el trabajo impresionista parece no ser mucha cosa. A cierta distancia es una realidad exaltada a muchos otros niveles. Y eso hizo Jorge Isaac. Cada año publicaba con  recursos propios su almanaque con algunos de sus trabajos. No hubo ángulo de Tuluá que no abordara. Por ello, Tuluá le debe una memoria sutil a este gran artista que le cantó desde el color y la amó desde el silencio.
Jorge Urriago Solano, fallecido hace poco, es un ejemplo de calidad pictórica en Tuluá.

Jairo Antonio
Arbeláez

En Tuluá hay varias educadoras de las cuales no tenemos mucha información. Entre ellas Julia Restrepo de Cifuentes, María Josefa Hormaza y Julia Becerra. Este abogado tulueño se crió en la casa de la última educadora y conserva la cama donde dormía la ilustre matrona y docente.
Nacido en Belén de Umbría en 1950, se crió en Medellín una parte de su vida y muy temprano fue traído a Tuluá, a la casa de las Becerras, Rosa, Carmen, Sara, Esther y por supuesto, Julia. Levantado luego con Caicedos ricos, hizo su primaria entre el colegio Franciscano y la escuela Tomás Uribe Uribe. Su bachillerato lo hizo en el San Juan Bosco y lo costeó Nacho Cruz Roldán, su padre adoptivo.
Vivió un tiempo en Venezuela y se graduó de abogado en la Uceva. Ha desempeñado muchos puestos de importancia en la administración pública y se jubiló cuando trabajaba en la Oficina de apoyo judicial del Tribunal Superior de Buga.
Cree que lo peor de Tuluá es la inseguridad y su gente lo mejor que tiene esta ciudad. Favorecido en muchos aspectos, disfrutó de becas y apoyos de gente valiosa y prestante. Jairo Antonio es hijo de Carmen Arbeláez y de Gilberto Becerra y es parte esencial del paisaje urbano de Tuluá.

Tulueños Destacados Edición 584

Gilberto Román Rivas
Hijo de Arturo Román y Bernarda Rivas, de Andes-Antioquia, la tierra del genio nadaísta Gonzalo Arango Arias, nació en Sevilla-Valle. Este menor de seis hermanos, estudió su primaria en la escuela Ricardo Nieto de Caicedonia y su bachillerato en el Gimnasio del Pacífico cuando era rector Hernán Vergara. Es primo del célebre jinete Hellman Román, estudió Educación física y salud en Univalle y allí mismo se especializó en Docencia Universitaria.
Gilberto hizo una especialización en Gerencia estratégica de Instituciones educativas con la Autónoma de Occidente de Cali. Ha sido profesor de la Uceva en Natación, Fútbol, Deportes colectivos, Entrenamiento deportivo y Asesoría en práctica docente.
Decano de la facultad de Educación Física, Recreación y deportes de la Uceva de 1998 a 2005 y presidente de Cortuluá dos años; recuerda que alguna vez castigó a Faustino Asprilla cuando era muy joven y lo dejó sentado en el banquillo. El equipo iba perdiendo y faltando tres minutos para concluir el encuentro entró Faustino y no sólo empató con su equipo sino que lo hizo ganar. A  Gilberto le dijeron vulgaridades y lo tildaron de racista. Con el tiempo se hicieron los mejores amigos.
Recuerda que su apelativo de “Pechuga” se lo puso Reinaldo Arroyave, cuando le vio las piernas muy blancas. Arroyave dijo “esas patas parecen una pechuga”, y así se quedó. Gilberto considera que el mejor alcalde que ha tenido Tuluá fue Carlos Alberto Potes Roldán y que un tulueño de esa talla intelectual, ética y moral lo produce la patria chica cada siglo como mínimo.

Camilo Patiño Moreno
Nacido en El Overo-Bugalagrande, se siente tulueño medular. Es el cuarto de nueve hermanos este hijo de Gentil Patiño Soto, de Titiribí, y de Amelia Moreno Domínguez. Casado con María Florentina Vargas Pineda, es padre de Claudia y Andrea, dos profesionales tulueñas. Su primaria la cursó en una escuela de su localidad natal y el bachillerato en el colegio de don Joaquín Rentería. Es graduado en Contabilidad y comercio y es, con su esposa, desde 1973, un veterano promotor de seguros en Tuluá. Lo peor de esta ciudad es el malandrinaje actual y lo mejor, su gente. Con cuarenta años de promoción aseguradora en su oficina de Plenocentro, Camilo está lleno de anécdotas del bar “Peor es nada”. Una vez unos fotógrafos de El Espectador entraron a la taberna donde él consumía cervezas frescas con Olíder Holguín y Alfonso Gallón; el tabernero puso una garrafa sobre la barra y se dedicó a dormir. Libaron como corsarios y cuando él despertó le preguntaron sobre el monto de la cuenta. Fue cuando dio una respuesta muy propia de Tuluá: “si no lo saben ustedes que son los que están bebiendo mucho menos yo que soy el que está durmiendo”. Eso fue en la década de los sesentas. Luego, en una página del diario bogotano salió una foto del establecimiento con una leyenda “en Tuluá usted si quiere paga lo que bebe, si no, no hay problema”